Está empeñado Camilleri en
hacernos creer que su comisario Montalbano ya no está para muchos trotes, que
su lucidez y su pericia para resolver los casos van perdiendo fuelle y que su
salud, aquí sí me lo creo, está un poco tocada desde que en el anterior caso
(véase Un giro decisivo) hiciera un
sobreesfuerzo físico que casi le cuesta la vida. Evidentemente no es un atleta,
y tal vez su corazón no resista grandes emociones, pero no, no me engaña
Camilleri: a pesar de todo, Montalbano es una vez más la luz en la oscuridad,
la demostración de que su inteligencia, su capacidad de observación y deducción
siguen innatas para deleite nuestro.
En La paciencia de la araña (2004), la octava entrega de la serie
Montalbano, un convaleciente comisario recibe el encargo de ayudar al dottore Minutolo en la investigación
para resolver el secuestro de una chica de la localidad siciliana de Vigàta,
lugar en el que siempre se producen los casos que Montalbano acaba resolviendo.
Y digo ayudar porque el comisario no se ha incorporado oficialmente a la
comisaría pero como si lo hubiera hecho: los habituales Catarella, Augello,
Gallo o Fazio están a sus órdenes para lo que el comisario disponga. Hasta el
incorregible Catarella, que sigue sin coger bien el teléfono, cumple con su
pequeña misión.
Para Montalbano no va a ser un
caso normal puesto que al estrés de la propia investigación se une la presencia
de Livia, su compañera, en su casa de Marinella, y las discusiones (y
reconciliaciones) son habituales a lo largo de la novela, hasta el punto que el
comisario acabará sintiéndose ¡aliviado! cuando Livia vuelva a Génova. Hasta
tiene poco tiempo para sus habituales degustaciones en la trattoria de Enzo,
pero una incursión, a pesar de que se supone que está a dieta, no podía faltar.
La investigación lleva a
Montalbano a ese punto en el que consigue ver más allá de lo que los demás ven,
como un Maigret o un Poirot (una chica admiradora de Montalbano le suelta: “usted… es mucho mejor que Maigret, que
Poirot,…”), y llevar al lector por el buen camino.
Es una novela negra pero con
pocos tintes negruzcos, está ausente lo truculento pero nunca faltará una pizca
de crítica política (“El muy honorable
abogado Gianfranco Petrotto, el actual subsecretario de Interior, condenado una
vez por corrupción y otra por prevaricación, y acusado de un delito prescrito.
Ex comunista, ex socialista, y ahora elegido triunfalmente por el partido de la
mayoría”), humor (siempre aportado por Catarella: “Dottori? Hay al tilífuno uno que dice que es la luna. Y yo, creyendo
que era una broma, le he contestado que yo era el sol. Se ha cabreado.”) y
malhumor (este lo aporta el propio Montalbano, que está harto que lo traten
como un viejo).
Me gusta Montalbano porque hace
sencillo lo complicado, no es un comisario de los de usar tecnología, solo
abusa del teléfono, está chapado a la antigua si por ello entendemos
entrevistar a los implicados, conocer el terreno y no dar nunca nada por
sentado. Así se lo explica a un despierto joven que apunta maneras de policía,
el novio de la chica desaparecida: “Si lo
piensas bien, los detalles que nos parecen esenciales pierden más el perfil y
se desenfocan cuanto más los examinamos”, “el verdadero problema no es el cómo sino el porqué”.
Y cuando Montalbano descubra el
porqué del secuestro, solucionará el caso y volverá a sentirse en forma.
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