Con tantos autores que uno tiene
como tarea pendiente de leer, y siendo como soy lector asiduo de novela negra y
espionaje (no tanto como quisiera), me parecía un error imperdonable que el
gran John Le Carré no tuviera su reseña en este blog, y ya va siendo hora de
enmendar la plana.
David Cornwell (Poole,
Inglaterra, 1931), su nombre original, es ya un escritor octogenario que
continúa ostentando, con permiso de Forsyth, el título de rey de la novela de
espionaje. Comenzó su andadura literaria cuando el espionaje vivía su época
dorada, durante la Guerra Fría, y trabajó para el British Foreign Service, por
tanto era cuestión de tiempo que aprovechara sus conocimientos para crear
verdaderas obras maestras como la que he tenido el placer de disfrutar: El espía que surgió del frío (1963).
No es su primera novela, sino la
tercera, pero es la que se convierte en un best-seller, hasta el punto de que
deja su trabajo y se dedica a la escritura con el nombre ficticio con el que
había comenzado a publicar en 1961, John le Carré. Destacan las novelas
protagonizadas por George Smiley, algunas son de las primeras, como Llamada para el muerto (1961) o Asesinato de calidad (1962). Smiley
trabaja en el Departamento de Contraespionaje (recomiendo fervientemente la
reciente película titulada El topo,
basada en la novela de 1974, en la que Gary Oldman borda a Smiley), aunque en
esta novela tiene una aparición fugaz.
Sin embargo, John Le Carré no
pierde la inspiración cuando acaba la Guerra Fría, al contrario, actualiza los
temas y sigue poniendo el dedo en la llaga: la desintegración de la Unión
Soviética (La Casa Rusia), política
estadounidense en Centroamérica (El
sastre de Panamá), chanchullos de las grandes farmacéuticas (El jardinero fiel), etc. Su obra
literaria es tan ingente que sería pesado relacionar aquí todos sus títulos,
pero cada uno de ellos rezuma calidad y compromiso.
Centrándonos en esta novela, la
edición que he leído contiene una introducción de Carlos Pujol que he
encontrado magnífica, desde su análisis histórico sobre las novelas de
espionaje hasta la forma de desentrañar la importancia de esta novela. De
hecho, no puedo resistirme a citar sus palabras cuando compara el perfil
bondiano de los espías imaginados por Ian Fleming, con el que comienza a hacer
John Le Carré: “El espía que surgió del
frío es como una deliberada inversión de los recursos novelescos de
Fleming; en vez de lo excepcional y vistoso, lo vulgar y anodino; en vez de la
brillantez ambiental, un decorado sucio y deprimente; en vez de la deportiva
exaltación del eterno triunfador, el cansancio desengañado y la derrota íntima
del que sabe que perderá; en vez de la fanfarria del erotismo, un amor triste y
patético entre dos almas solitarias; en vez del espía-espectáculo, la anatomía
moral de un hombre del oficio; en vez del colorido suntuoso, una atmósfera
perennemente agrisada.”
El protagonista de la historia es
un espía británico, Alec Leamas, un antihéroe que ha visto como en su último
destino, la dirección del espionaje en Berlín, ha acabado fracasando e intuye
que cuando vuelva a Londres le darán pasaporte. Es un hombre sin ilusiones que
tiene que cumplir sin embargo una última misión, acabar con el jefe del
espionaje de Alemania Oriental. Sin embargo, poco a poco va descubriendo la
realidad, que no es otra cosa que un mundo demasiado cruel donde los espías son
solo peones individuales que pueden ser sacrificados por el bien de la
colectividad, y esto es aplicable tanto para el sistema comunista como para el
capitalista, puesto que John Le Carré no posiciona a Leamas en ninguno de los
dos bandos, aunque juegue en uno de ellos, es un espía no ideologizado que
piensa que los dos sistemas son dos caras de la misma moneda.
Lo mejor de la trama es hacer creer
al lector lo que no es, y en esto Le Carré lo borda. Más allá de la “moral” de
los servicios de inteligencia, denunciada aquí, el autor juega al juego del
espionaje con nosotros y lo hace de maravilla.
En el arte de engañar, los
lectores debemos ser también engañados, eso hace más atractiva la historia, ¿no
les parece?
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