viernes, 25 de julio de 2014

From Hell, de Alan Moore y Eddie Campbell

Mucho se ha escrito sobre los asesinatos ocurridos en Whitechapel durante el verano y el otoño de 1888, supuestamente cometidos por el famoso Jack el Destripador, pero cuando el guionista Alan Moore y el dibujante Eddie Campbell decidieron afrontar la ingente tarea de volver a narrar los hechos tal como creían que ocurrieron, probablemente no sabían que se enfrentaban a una labor colosal. Alan Moore había manifestado que deseaba contar unos asesinatos célebres y cuando en 1988 se publicó de todo para recordar el centenario de los cinco asesinatos en el Londres victoriano, Moore encontró la motivación para hacerlo, pero desde una perspectiva "científica" si se permite el término, teniendo en cuenta que el caso de Jack el Destripador tenía más lagunas que certezas. 
Moore afrontó una ardua tarea de documentación y leyó muchísimo, y como él dice, tuvo que tragarse libros infumables con teorías fantasiosas, pero se topó con un libro de Stephen Knight que planteaba una teoría sobre la autoría de los asesinatos que, aunque pudiera parecer descabellada, podía sostenerse, aunque fuera débilmente.
Así que, entre 1992 y 1997 se publicó en capítulos la novela gráfica From Hell, guionizada por Moore y dibujada con trazos negros por Eddie Campbell. Después vendría un epílogo en 1998, dedicado a los "cazadores de gaviotas", como los llama Moore, o más bien a los muchos "riperólogos" que publicaron sus teorías ("ripper" significa destripador). En 1999 se publicó una edición que recogía todos los capítulos, además de un extenso apéndice donde Moore explicaba qué escenas estaban basadas en datos reales y cuáles había inventado para enriquecer la ficción. Porque eso es From Hell, una ficción novelada de los sucesos de 1888, mal atribuidos a Jack el Destripador (que fue una invención de la prensa amarillista). 
Evidentemente Moore no iba a reconstruir los hechos sin plantear su propia teoría y su honestidad al advertir que él no estaba en posesión de la verdad, aunque se acercara, le honraba. Planteó conjeturas, escenas que pudieron ocurrir, diálogos que pudieron producirse, y todo basándose en pequeños indicios, detalles y pequeños atisbos de verdad en medio de un océano de mentiras, antiguas y recientes.
No les aguo la intriga si les digo cuál fue el asesino, según Moore el médico William Gull (gaviota en inglés), porque desde un principio se presenta claramente al personaje y su propósito, que podría parecer banal, es decir, matar prostitutas de forma despiadada (y esto no es banal), pero para Moore había mucho más detrás: una conspiración planeada por una organización masónica, a la que el distinguido asesino pertenecía, para tapar las vergüenzas de un miembro de la realeza británica, sin olvidarnos de sus motivaciones personales (esa confrontación religiosa entre la divinidad masculina y la femenina). Sí, muy novelesco, pero a veces la realidad supera a la ficción.
Lo cierto es que más allá de las teorías de Moore, que uno puede creer o no, me quedo embelesado por la visión del Londres victoriano que nos enseña y sus edificios con una oculta simbología pagana, y descubro la miseria de la vida en el East End londinense con una sensación de realismo bastante inquietante. Pensar que a la prensa londinense le podía interesar el asesinato de varias prostitutas de un barrio pobre de Londres es muy osado, pero la forma en cómo murieron y la psicosis que surgió (con tintes incluso de antisemitismo), le venía de perlas a una prensa ávida de escándalos.
La novela gráfica es considerada una obra maestra y se suma a esa colección de cómics imprescindibles creados por la genialidad de Moore, convirtiéndose en una de esas obras que requerirá otra lectura para captar todo aquello que suele escaparse la primera vez.

lunes, 14 de julio de 2014

La Antigüedad novelada y la ficción histórica, de Carlos García Gual

Carlos García Gual (Mallorca, 1943) es catedrático de Filología Griega de la Universidad Complutense. Ha escrito numerosos ensayos sobre temas de Literatura, Filosofía y Mitología Griega y traducido variados textos clásicos: Epicuro, La secta del perro, Los siete sabios (y tres más), Audacias femeninas, Mitos, viajes, héroes, Prometeo: mito y literatura, Enigmático Edipo. Mito y Tragedia, etc.
El trabajo que reseñamos, La Antigüedad novelada y la ficción histórica. Las novelas históricas sobre el mundo griego y romano (1995), es un excelente ejercicio de literatura comparada centrado en un género novelesco que me fascina como es la novela histórica, más concretamente la ambientada en Grecia y Roma. El libro fue publicado en 1995, aunque en la edición de 2013 recoge ensayos sobre el mismo tema publicados en 2002.
García Gual nos lleva de la mano para conocer a los primeros novelistas del género histórico, los orígenes, los temas, los autores consagrados, los títulos "best-sellers" y las épocas doradas de ese tipo de literatura que hoy en día tiene tantos adeptos y tantos títulos, no todos de calidad, en las librerías.
Y es un viaje ameno, entretenido y muy didáctico puesto que hay novelas por las que uno ya ha pasado y concuerda en las opiniones del autor, y otras que, sin haber sido leídas todavía, despiertan el interés. Es este un trabajo de arqueología de la novela histórica, donde conocemos los "clásicos" del género y no tanto las últimas "novedades" de la segunda mitad del siglo XX.
Un recorrido que comienza en el mismo siglo I d.C., donde García Gual apuesta por calificar como primera novela histórica el Quéreas y Calírroe de Caritón de Afrodisias, pasando por la Vida de Alejandro del Pseudo Calístenes (una colección de anécdotas fabulosas de la vida de Alejandro Magno que tuvo mucho éxito) y la Vida de Apolonio de Tiana, de Filóstrato (estas dos del siglo III d.C.). Llevar el origen de la novela histórica ambientada en Grecia y Roma a la misma Antigüedad tiene sus riesgos, pero el autor, ateniéndose a lo que él entiende por novela histórica, a saber, "una ficción implantada en un marco histórico", para recrear "una atmósfera histórica, en general mucho más animada y coloreada que la que los escuetos datos de la historiografía suelen esbozar", considera que estos tres títulos cumplen las premisas del género: personajes históricos dentro de una ficción romántica con un "decorado" muy anterior a la época en la que el escritor escribe.
Después nos traslada al siglo XVIII, época del Neoclasicismo y del redescubrimiento de la Antigüedad a través de la arqueología (en 1748 comienzan las excavaciones en Pompeya y Herculano). Son novelas donde el tema principal son los viajes narrados de personajes inventados o míticos: Las aventuras de Telémaco (1717), de Fénelon; Viaje del joven Anacarsis (1788), de J.J. Barthelemy, ambientada en el siglo IV a.C., un libro largo, muy erudito y con pocos ingredientes románticos que fue un éxito y que libró al abate de morir en la guillotina en Francia; Viajes de Antenor (1797), de Lantier, narra los viajes por Grecia y Asia de un aventurero basándose en un falso manuscrito encontrado en Herculano (un recurso habitual a partir de entonces en el género). Subyace en estos títulos un deseo de evasión de los escritores y lectores, una manera de "viajar por el mundo antiguo" sin moverse. 
Uno de los títulos de principios del siglo XIX y que marcará la temática de las grandes novelas del género a finales del siglo XIX es Los mártires del cristianismo, de Chateaubriand, que recreará de forma novelada el enfrentamiento paganismo-cristianismo que en algunas épocas del Imperio fue bastante crudo, como durante los reinados de Nerón o Diocleciano. Evidentemente se hacía una clara apología de la bondad del cristianismo de los primeros tiempos mientras que el paganismo era sinónimo de maldad y crueldad. Serán típicas las escenas en el anfiteatro con las fieras devorando cristianos indefensos, las catacumbas, etc. Este subgénero tendrá un éxito de público increíble (Fabiola o la iglesia de las catacumbas -1854-; Calista -1856-). Por lo menos Chateaubriand es el primero que visita los lugares que luego describe en su novela, no como los anteriores.
García Gual afirma que en cuanto género, la novela histórica es un producto del Romanticismo, y la Antigüedad daba para muchas historias románticas y trágicas. El siglo XIX es la época dorada del género, en la que nacen los títulos emblemáticos que luego quedarán consagrados a través del cine y que son ejemplos típicos de novelas de persecuciones cristianas: Los últimos días de Pompeya (1834), de Edward Bulwer-Lytton, una novela en la que no hay viaje de los protagonistas pero donde el lugar lo es todo: Pompeya, descrita con una fidelidad arqueológica, y con todos los ingredientes para que triunfara, a saber, historia de amor con happy end, tragedia. Sobre esta novela dice García Gual: "Fue un modelo latente de muchas otras novelas de romanos e impresionó la imaginación de muchos lectores. Con su romanticismo trasnochado sigue siendo una ficción melodramática de estupendos decorados y hábil trama".
Ben-Hur (1880), de Lewis Wallace, es el segundo gran título, y archiconocido gracias a la versión cinematográfica protagonizada por Charlton Heston. Los ingredientes que hemos visto antes vuelven a repetirse con éxito: argumento melodramático, escenarios atractivos y tópicos como el circo, moralina cristiana, todo muy hollywoodiense.
Quo vadis? (1896), de Henry Sienkiewicz, es la novela más cristiana de todas, ya que el autor, un polaco católico cuyo país históricamente había sufrido la opresión de alemanes y rusos, se ensaña con Nerón y la persecución de los cristianos. Sus cristianos son todos ejemplares, dispuestos al martirio, y todo discurre en una Roma muy bien descrita con sus catacumbas, casas patricias, juegos de anfiteatro y catástrofe final  incluida (incendio de Roma). Vamos, un éxito de ventas asegurado.
Todos son títulos best-sellers muy del gusto de la sociedad burguesa de finales del siglo XIX y principios del XX, desencantada, descontenta y aburrida del presente.
Escrita en el siglo XIX pero alejada de los cánones del género por su singularidad estilística y temática es Salambó, de Flaubert (1862), ambientada en una Cartago pre-Segunda Guerra Púnica. La muerte de los dioses: Juliano el Apóstata (1894), de Merejkovski, es también un título atípico porque se aleja de la machacona apología cristiana, de hecho habla del emperador Juliano, un defensor de la tolerancia frente al fanatismo cristiano. Gore Vidal, con su Juliano el Apóstata, hizo una narración más fiel al personaje.

El siglo XX plantea un panorama literario variado en cuanto a los temas pero también en cuanto a la calidad. El género parecía agotado tras la Primera Guerra Mundial por la reiteración en los tópicos: conflicto religioso (paganos contra cristianos), nostalgia del mundo clásico. Era necesaria una renovación del género y esta llegó con varios títulos muy importantes en los que se evidencia una menor ideología y didactismo erudito, con alguna excepción. Es imprescindible hablar por supuesto de éxitos de crítica y la mayoría de las veces también de público de algunos títulos fundamentales: Yo, Claudio (1934), de Robert Graves; Los idus de marzo (1948), de Thornton Wilder; Memorias de Adriano (1951), de Margueritte Yourcennar, una obra maestra del género en palabras de García Gual; La muerte de Virgilio, de Hermann Broch; Espartaco, de Howard Fast (1951), esta es claramente una novela de un autor trotskista desencantado con el comunismo estalinista y el fracaso de la revolución del proletariado, como en la Roma del siglo I a.C. fracasó la revolución de Espartaco.
También se ponen en boga en el siglo XX las biografías novelescas, sobre todo de los personajes históricos más atractivos, siendo el más biografiado Alejandro Magno: Mary Renault o Gisbert Haefs tienen buenas novelas. Otras biografías noveladas: Aníbal (1990), de Gisbert Haefs; Memorias de Agripina, de P. Grimal, y la excelente saga sobre Mario, Sila, Pompeyo y César de la escritora Colleen McCullough. Pero de las novelas biográficas conviene hacer especial hincapié en la que para mí es la mejor novela histórica que he leído y que entra en la categoría de falsa memoria de tono apologético: Yo, Claudio, de Robert Graves. En ella el escritor inglés convierte en héroe a un "idiota tartamudo" y en malos a la familia Julio-Claudia en general. Sin ideología sumergida, Graves muestra a un Claudio escéptico, irónico y ácido analista de la política de su tiempo. Es un magnífico ejercicio de pesimismo sobre la historia y la política en general.
Hay muchos más títulos importantes e interesantes como El vellocino de oro (1945) de Robert Graves, o Casandra (1985) de Christa Wolf. Sobre este título conviene señalar que es importante porque lo protagoniza una mujer (poco habitual en el género histórico) y porque viene a ser una historia que simboliza la sumisión de la mujer "a los designios de los hombres que pierden y ganan las guerras".
Otro subgénero que triunfa durante las últimas décadas del siglo XX es la novela histórica de intriga o negra, en la que Lindsey Davis con su Marco Didio Falco, o Steven Saylor con su Gordiano el Sabueso, marcan el estilo. Estas novelas proponen ante todo diversión, al tiempo que sumergen al lector en Roma en unas excursiones de mucho color y ácido humor, y los mismo vicios que en nuestro entorno.
Suscribo una reflexión de García Gual para acabar: "la novela histórica tiene una notable mala fama entre los críticos literarios y entre los historiadores". Se ve como una ficción de poca calidad y poco rigurosa. Sin embargo, hay suficientes ejemplos de que esto no es así, por mucho que los críticos no quieran reconocerlo nunca.

sábado, 5 de julio de 2014

Los surcos del azar, de Paco Roca


Paco Roca es un dibujante valenciano (Valencia, 1969) que tiene ya una consolidada trayectoria en el difícil mundo de los cómics y la ilustración. Comienza a trabajar en álbumes gráficos en el año 2000, pero es en 2007 con Arrugas cuando obtiene el reconocimiento de la crítica con varios premios, entre ellos, el Premio Nacional del Cómic. La historia de la vejez, la soledad y los efectos de la enfermedad de Alzheimer es conmovedora. Después indaga en aquella aventura de los dibujantes de la Editorial Bruguera durante el Franquismo que intentaron desligarse de la "explotación" a la que eran sometidos publicando su propia cabecera, "Tiovivo", en El invierno del dibujante (2010).
Y ahora nos sorprende con un gran trabajo en el que hay detrás muchas horas de documentación y estudio: Los surcos del azar (2013). Es esta una obra necesaria por lo que supone, la recuperación de la memoria histórica, que durante muchos años estuvo silenciada o minimizada, puesto que poco sabíamos, a no ser que fuéramos versados en la II Guerra Mundial, sobre las peripecias de esos soldados republicanos que, después de pasar muchas vicisitudes tras su huida de España, acabarían firmando una de las páginas más gloriosas de la guerra contra el fascismo. 
Esta novela gráfica es un largo viaje que comienza un 28 de marzo de 1939 en el puerto de Alicante, cuando el barco noruego Stanbrook recoge a 3000 refugiados republicanos que consiguen escapar de las tropas italianas que están a punto de entrar en la ciudad. Entre ellos va Miguel Ruiz, el protagonista de esta historia, pues a través de sus palabras y sus recuerdos, Paco Roca, el dibujante convertido en entrevistador, reconstruye el viaje que llevará a Miguel y sus amigos a un campo de trabajo en Orán (Argelia), puesto que las colonias francesas en África quedarán dentro de la Francia nazi del mariscal Petain. Después vendrá el alistamiento en el ejército de la Francia libre del general De Gaulle y su encuadramiento en la compañía Nueve de la Segunda División Blindada del general Leclerc, famosa porque será la primera, y los españoles entre ellos, en entrar en las calles de París un 24 de agosto de 1944.
Es por tanto un viaje en el que se produce la redención de los soldados republicanos, que pasarán de la derrota en España a la victoria en Francia contra los nazis. Sin embargo las esperanzas de un ataque aliado a España se desvanecerán y salvo la fallida invasión del Valle de Arán, la España de Franco no verá peligrar su régimen dictatorial. 
Paco Roca nos habla de frustración por la derrota primero, de sufrimiento, de muerte de los amigos, pero también de esperanza por la victoria frente al fascismo, de ilusiones y de compromiso ideológico de una generación de españoles que dio su vida por la democracia y luego fue olvidada, enterrada por el Franquismo, para quien estos españoles nunca existieron. En 2006, durante el homenaje a las Brigadas Internacionales que se celebró en Madrid, todavía era urgente hablar de los españoles de la Nueve, aquellos que pisaron primero las calles de París montados en sus vehículos americanos bautizados con nombres de las batallas de la Guerra Civil: Guadalajara, Teruel, el Ebro, etc. 
Paco Roca se ha acordado de ellos y ha contado magistralmente sus hazañas para que siempre estén ahí, para que siempre recordemos que muchos españoles nunca se dieron por vencidos y gritaron aquello de "volveremos a vencer".

martes, 1 de julio de 2014

Llamada para el muerto, de John Le Carré

Llamada para el muerto (1961) fue la primera novela de espías escrita por John Le Carré, pero también la primera de la serie Smiley, es decir, protagonizada por el inteligente agente de contraespionaje del Foreign Office británico (que desde que vi la película El Topo, no hago más que identificar con la cara de Gary Oldman).
George Smiley se presenta a los lectores como un agente gris del Servicio Secreto, solitario, conocedor de la literatura alemana del siglo XVII, concienzudo, perspicaz y poco amigo de la adulación. Prefiere destacar por el trabajo bien hecho, no por otras cuestiones. Formado como espía durante la Segunda Guerra Mundial, donde fue enviado a la universidad de Dresde para reclutar agentes para el servicio británico, muestra una dilatada experiencia que lo convierte en un activo muy valioso. Sin embargo, algo parece haber ido mal en su última y rutinaria tarea, ya que después de entrevistar a un funcionario del Servicio Secreto con supuestos antecedentes comunistas, éste, Samuel Fennan, se suicida aparentemente. La investigación del caso recae en Smiley puesto que de alguna manera él parece el culpable de esta muerte, provocando incluso su dimisión. Sin embargo, pronto descubre pistas que le llevan a cuestionar el suicidio y a destapar una trama orquestada por los espías de la Alemania Oriental para conseguir documentos secretos británicos.
Aquí Smiley es el centro sobre el que gira toda la novela, aunque recibe la inestimable ayuda del policía Mendel, mientras que los espías alemanes aparecen algo más desdibujados (Dieter; o el escurridizo Mundt, que tendrá un papel principal en El espía que surgió del frío). Y es un personaje fascinante porque es la antítesis de un Bond: Smiley es inteligente, culto y reservado, más cercano a lo que pudo ser un espía de la Guerra Fría.
John Le Carré sorprendió por su buen hacer con esta primera novela y rápidamente enganchó a millones de lectores con sus novelas de espías, y sobre todo con un personaje superlativo como Smiley, aunque no le gusten los elogios.
No es una novela excesivamente pretenciosa pero Le Carré apuntaba buenas maneras, un estilo narrativo absolutamente absorbente que después puliría y unos personajes con carisma y atractivos; a esto le sumamos la maestría para crear tramas y saber transmitir el mundo del espionaje. Nos sale un género y un autor verdaderamente imprescindible que conviene leer con deleite.