lunes, 22 de septiembre de 2014

El topo, de John Le Carré

En 1974 John Le Carré escribió la tercera novela de la "serie Smiley", y una de las más conocidas y celebradas del autor británico: El topo (Tinker Tailor Soldier Spy fue su título original). 
El argumento es bien sencillo: George Smiley, que está apartado del Servicio Secreto británico (MI6), recibe un encargo especial que pocos dentro del propio Servicio deben conocer, a saber, descubrir al espía que está pasando información a los rusos, es decir, al topo. Y lo peor para Smiley es asumir que ese espía no es uno cualquiera sino alguien de las más altas esferas del Servicio por cuanto tiene acceso a información muy reservada, reduciendo las sospechas a un grupo de cuatro hombres.
John Le Carré aprovechaba por tanto la historia para presentarnos las grietas internas de un Servicio podrido por dentro que lleva varios fracasos a sus espaldas y que vive a la triste sombra de los dos grandes servicios secretos, el americano y el ruso, en plena Guerra Fría. Y la forma de describirnos las grietas de ese "edificio" es absolutamente magistral, hasta el punto que de manera deliberada acabamos por creer que nadie dentro del Servicio es trigo limpio, teniendo en cuenta que Smiley está fuera.
Lo que hace muy atractiva esta novela, además de la ansiedad por conocer quién es el traidor inglés que ha vendido los secretos a los soviéticos (en clara referencia al espía británico Kim Philby que en los años 60 desertó a la URSS desvelando que había sido un topo durante muchos años, y que por cierto para el que John Le Carré llegó a trabajar), es sin duda el carácter y forma de trabajar de Smiley: como si fuera una hormiga, construye poco a poco las pruebas que luego utilizará para desenmascarar al traidor, y lo hace de forma concienzuda, leyendo y releyendo documentos, entrevistando a testigos de operaciones que han fracasado, y atando cabos que conducen a una trama soviética bien hilvanada por el espía ruso conocido como Karla, del que se habla por primera vez en esta novela.
No es Smiley por tanto, como ya hemos explicado en otra ocasión, un espía de acción, carreras y disparos, sino más bien un ratón de biblioteca muy perspicaz e inteligente que desentraña la trama a medida que leemos más y más páginas, es más un Maigret que un Bond, y eso lo hace más atractivo como personaje. 
La trama nos lleva a conocer detalles de la "Operación Brujería", la fuente "Merlín" y el agente Jim Prideaux, desaparecido, pero clave para que Smiley pueda señalar por fin al culpable de que el Servicio Secreto británico sea el hazmerreir de los rusos.
No puedo mas que recomendar la lectura de esta estupenda novela de espías que se disfruta desde la primera página hasta la última. Es de lo mejor de John Le Carré y de él casi todo es muy bueno.
Recomiendo además de manera entusiasta la reciente película de El topo (Tomas Alfredson, 2011), en la que Gary Oldman encarna tan estupendamente al apocado Smiley que uno ya no puede disociar el aspecto del espía de las facciones del actor británico. En la película también hay un cameo del propio Le Carré.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Victus, de Albert Sánchez Piñol

Si han leído La piel fría (2002) entonces ya sabrán que con Albert Sánchez Piñol (Barcelona, 1965) estamos ante un escritor singular, que para empezar suele publicar en catalán, pero que de forma sorprendente, eligió el castellano para una novela que iba a contar uno de los episodios históricos más importantes de la historia de Cataluña, la Guerra de Sucesión Española (1702-1714), que acabaría con la caída de Barcelona en manos borbónicas un 11 de septiembre de 1714.
Muchos de sus lectores habituales se sorprendieron de esta decisión pero el autor manifestó que le apetecía contar esta historia en castellano y ya está. Si Victus (2012) se hubiera publicado en catalán, lo hubiera leído igualmente porque al fin y al cabo lo que interesa aquí es la historia. La historia del asedio y caída de la última ciudad del bando austracista contada a través de la memoria de su personaje protagonista, Martí Zuviría, un barcelonés convertido en ingeniero militar que, ya viejo, nos cuenta con detallismo e ironía una guerra que dejó unas heridas todavía abiertas en los territorios de la Corona de Aragón, y un drama, el de los barceloneses, que dieron su vida por defender algo más que una ciudad, su cultura, su lengua y sus derechos ante lo que consideraban el peligro absolutista de los Borbones. 
Sánchez Piñol no ha escrito esta novela para reivindicar políticamente a un bando o a otro, no la ha escrito para decir que Castilla y los Borbones, en concreto el "Felipito" (Felipe V), eran aborrecibles y que la Corona de Aragón (Cataluña, Valencia, Aragón y Baleares) representaban las libertades y las bondades de un sistema perfecto que apostó por un candidato perfecto, el "Karlangas" (el archiduque Carlos de Austria). No, no es blanco o negro, o al revés, no fue una guerra tan maniquea.
Porque en el bando borbónico lucharon valencianos y catalanes que apostaron por un nuevo modelo de estado, y fueron llamados botifleros; y en el bando austracista hubo castellanos que se distinguieron por su lealtad a la causa del archiduque Carlos, aunque éste no se la mereciera, como es el caso de Antonio de Villarroel, militar que primero fue borbónico y luego austracista, que dirigió la defensa de Barcelona durante 13 meses y tras caer la ciudad fue apresado por los borbónicos sufriendo muchas penalidades. Él representa el espíritu de esta novela, el de los héroes, con nombre o anónimos, que lucharan en el bando que lo hicieran, lo hicieron con todas las consecuencias, y no huyeron cuando las cosas se pusieron feas. Y puestos a rendir cuentas, Sánchez Piñol, con todo el rigor histórico posible, a través de Martí Zuviria, pasa factura a los cobardes e ineptos dirigentes de la ciudad de Barcelona, los llamados "felpudos rojos", políticos más preocupados por su pellejo y sus bienes (aunque hubo excepciones como la de Sebastià Dalmau) que por ganar la guerra; y por supuesto al que se suponía que iba a ser mejor rey que Felipe V, el candidato austracista Archiduque Carlos, que en cuanto se olió que Barcelona no sobreviviría a un largo asedio y que los ingleses le habían abandonado dijo aquello de "pies para qué os quiero" y puso su culo en Viena a buen recaudo. 
La novela está magistralmente contada y se devora con avidez (aunque se obvian algunas partes de la guerra que hubiera sido interesante narrar, como la batalla de Almansa), y la galería de personajes es amplia y pintoresca, y encima (salvo alguna licencia) real, con episodios humorísticos tan chocantes como la indigestión de langostinos que le costó la vida al mariscal francés Vendome. Además, se cuenta tan bien que si no tienes idea de lo que pasó en esta guerra y por qué comenzó, te enteras enseguida, aunque hay que dejar claro que el núcleo principal de la novela, además de la etapa de formación de Zuviría como ingeniero militar y sus comienzos en el ejército borbónico, es sin duda alguna la guerra en Cataluña y el asedio de Barcelona, en el que Zuviría se convirtió en la mano derecha de Villarroel.
Sánchez Piñol ha construido un relato en el que huye de mitificaciones y episodios magnificados por la historiografía, ya sea española o catalana, cuenta las cosas como sucedieron y no duda en pedir cuentas tanto a borbónicos, que realizaron una dura represión en Valencia y Cataluña, como a austracistas, que más allá de defender a un mediocre candidato, no sabían que seguían defendiendo los privilegios e intereses de la nobleza y la burguesía, mientras el pueblo poco pintaba. Ya lo dice el dicho popular: "Entre Carlos tres i Felip cinc, m'han deixat amb lo que tinc!"
Zuviría acaba por decir: "En realidad España no existe; no es un sitio, es un desencuentro". 
Recordemos que en Cataluña (y Valencia) todo el orden jurídico fue arrasado y sustituido por el de Castilla. Durante décadas Cataluña fue considerada tierra ocupada militarmente. Todos los gobernantes que tuvo procedían de Castilla y el catalán desapareció de los documentos públicos. 
Cuando uno abre heridas tan profundas, cómo no entender que ese desencuentro, trescientos años después, en 2014, continúe entre muchos catalanes y valencianos...