miércoles, 18 de enero de 2012

Seis ejércitos en Normandía, de John Keegan

Dentro de la literatura histórica dedicada a la Segunda Guerra Mundial, el Día D, 6 de junio de 1944, ha quedado señalado en el calendario de las fechas claves de la historia de la contienda más devastadora que haya sufrido el mundo. 
La apertura del Segundo Frente se convirtió en 1943 en una de las prioridades del mando aliado una vez que la guerra podía desplazarse a Europa tras la caída del Afrika Korps en Túnez y la invasión de Sicilia en julio de 1943. Precisamente, el éxito de la invasión de la isla italiana permitía diseñar con mucha paciencia una operación anfibia a gran escala para invadir las costas francesas y satisfacer así las frecuentes peticiones de los rusos de abrir con urgencia un frente occidental. Así fue como comenzó a plantearse sobre el papel la operación Overlord.
Y es precisamente esta operación, y después toda la campaña de Normandía desde el 6 de junio de 1944 hasta la liberación de París, en agosto, lo que nos cuenta, de forma magistral, el historiador británico John Keegan (1934), especializado en ensayos militares tales como Historia de la guerra o El rostro de la batalla.
Keegan construye en Seis ejércitos en Normandía (1982) un relato que comienza mucho antes del Día D. El camino para asumir la apertura de un Segundo Frente por parte de americanos y británicos no fue fácil, estuvo lleno de titubeos, puesto que en 1942 la guerra en el Pacífico parecía exigir un esfuerzo mucho mayor para los americanos y algunos generales abogaban por reforzar este frente. Finalmente se aceptó la apertura del Segundo Frente gracias al trabajo intenso de algunos personajes que vencieron esa sensación de fracaso que parecía planear sobre los dirigentes aliados ante un hipotético desembarco en Francia. La famosa "Muralla del Atlántico", que luego no fue tal cosa, parecía imponer mucho, y además, a cargo de las defensas se encontraba Erwin Rommel, el prestigioso mariscal alemán que había sabido sacar todo el rendimiento a sus tropas, en condiciones de inferioridad numérica y logística, en la guerra del desierto. ¿Quién mejor que él para defender Francia de una invasión? ¿Y quién mejor que él para no entender las absurdas, en ocasiones, órdenes de Hitler?
Lo cierto es que los Wedemeyer, Eisenhower, Marshall o Brooke fueron allanando con sus informes el camino para dirigir la estrategia aliada hacia Francia. Para Wedemeyer, un oficial americano instruido en la escuela militar alemana, la estrategia era clara: "Debemos prepararnos a combatir contra Alemania, llegando al cuerpo a cuerpo con ella desde ahora mismo, derrotando a sus fuerzas terrestres y quebrando definitivamente su voluntad de resistencia". Wedemeyer urgía a un ataque a gran escala sobre Europa porque en la guerra no se puede ignorar una verdad estratégica que dijo Federico el Grande a sus generales: "Quien defiende todo, no defiende nada".
Tal vez, lo que más se temía en el mando aliado era una guerra de desgaste al estilo de la Primera Guerra Mundial que agotara a Gran Bretaña y Estados Unidos. Lo cierto es que algunos eran partidarios de mantener una presión constante en varios frentes secundarios para disminuir la capacidad de recuperación (en soldados y carburante) de Alemania. En cambio se impuso la tesis del ataque directo a Francia, poniendo ya toda la carne en el asador. Sería en mayo de 1944 (luego retrasado a junio) y sería en Normandía.
Precisamente la zona de desembarco elegida por el mando aliado desconcertó tanto a los alemanes, debido a la información falsa que recibían gracias a la labor del espionaje aliado en este sentido (se llegó a inventar todo un ejército, comandado por Patton, que estaba preparándose para invadir en el paso de Calais), que los primeros días después del Día D fueron de absoluto desconcierto en el mando alemán, con algunas tropas de mala calidad defendiendo las playas (hay que decir que combinadas con unidades SS de excelente calidad), las divisiones desperdigadas y enviadas con desorden, y un comandante, Rommel, que justamente el 6 de junio celebraba su cumpleaños lejos del frente. Como dice Keegan, "a igualdad de fuerzas entre atacante y defensor, lo que hace triunfar la ofensiva es el elemento sorpresa".
Aun así, Rommel había fortificado las defensas de las playas de Normandía y sabemos que el desembarco no fue fácil, que se lo digan a los americanos en la playa Omaha (como se ve en Salvar al soldado Ryan), aunque los canadienses y los británicos se llevaron también de lo lindo. Superado ese punto crítico en el que pudo haber fracasado la operación Overlord, lo cierto es que toda la campaña de Normandía es un ejemplo de lo que supone el peso de la superioridad numérica y logística de los aliados para la obtención de la victoria. Los alemanes se defendieron con uñas y dientes, y eso dice mucho de su profesionalidad y su capacidad para sobreponerse a las adversidades en el campo de batalla, pero con una superioridad aérea aliada aplastante, las divisiones panzer eran destrozadas incluso antes de entrar en batalla una vez localizadas, y los soldados alemanes quedaban tan aturdidos tras caer cientos de bombas sobre sus posiciones, que sorprende (si habláramos de otro ejército menos preparado) que muchas veces se sobrepusieran y se pusieran a defender sus posiciones. Porque eso fue la campaña de Normandía, para los alemanes una obligada batalla defensiva, por mucho que Hitler se inventara sobre el mapa grandiosas ofensivas que romperían las líneas aliadas y empujarían a los aliados al mar (como en Dunquerque 1940) o prohibiera el movimiento de divisiones que estaban al otro lado del Sena esperando una supuesta segunda invasión por Calais. Cuando los mandos alemanes, el primero Rommel, sugerían o insinuaban una retidada estratégica de las fuerzas alemanas para montar una línea defensiva mucho más atrás, Hitler reaccionaba tachándoles de cobardes y destituyéndoles. Pero el siguiente general que se ponía al mando de las tropas alemanas en Normandía volvía a llegar a la misma conclusión. Al final ocurrió lo que tenía que ocurrir: buena parte del ejército alemán fue cercado en la famosa bolsa de Falaise.
El relato que construye Keegan desde las primeras horas del Día D, con el lanzamiento de las tropas aerotransportadas sobre Normandía para tomar puntos estratéticos, es sencillamente delicioso. Centrándose principalmente en contar lo que las tropas británicas hicieron, sobre todo escoceses, canadienses, incluso polacos, aunque sin desdeñar el papel de americanos y franceses (en ningún momento trata de minimizar sus acciones), y realizando un tratamiento bastante benévolo de la controvertida figura del general inglés Montgomery (véase el fracaso de la operación Epsom), a cargo en el terreno de la operación Overlord (habría que leer a Beevor para ver otra visión más negativa de Monty), Keegan nos cuenta pequeños episodios de la guerra que por la valentía de sus protagonistas se convirtieron en la mitología de la campaña (el famoso teniente Richard Winters, del 506º regimiento de Infantería Paracaidista, protagonista de la serie Hermanos de sangre, tiene aquí una fugaz aparición), y es esa aproximación a las hazañas, aunque también miserias, de algunos soldados y de algunas unidades, lo que hace especial este libro. Sainte-Mère-Église, el puente Pegasus, Villiers-Bocage, Caen (cuyo centro histórico medieval fue bombardeado hasta los cimientos cuando los alemanes ocupaban posiciones defensivas en el extrarradio de la ciudad, de hecho, un médico francés dijo: "el bombardeo fue absolutamente inútil. No había objetivos militares."), Carentan, Mortain o Falaise son lugares obligados en la geografía de la batalla que decidió casi la guerra, puesto que todo un grupo de ejércitos alemán fue destrozado. 
Ya sabemos que Hitler provocó, con su obstinada aura de superioridad en lo concerniente a la dirección de la guerra (porque había acertado en la invasión de Francia de 1940), algunas catástrofes al ejército alemán (Stalingrado es un ejemplo) pero las decisiones que tomó sobre la campaña de Normandía lo dejan en el lugar que le corresponde, en un pésimo estratega. Keegan abunda en ello: "Hitler empezó a ejercer un control sobre el desarrollo diario de las distintas campañas en 1941 y fue descendiendo a un nivel cada vez más detallado y minucioso. Cuando las cosas salían mal, acusaba a un general cualquiera de insubordinación (para llegar a sospechar de traición cada vez más). Cuando las cosas iban bien,..., su confianza en su juicio "operativo" crecía." Precisamente, si hubiera confiado más en el "talento operativo" de algunos generales alemanes, las cosas no habrían ido tan mal en Normandía. Pero eso ya no es historia.
En perspectiva, los alemanes perdieron 27 divisiones de infantería en la campaña de Normandía, y de los 500 mil soldados alemanes desaparecidos, 250 mil estaban muertos. La suerte de Alemania estaba echada.