lunes, 25 de agosto de 2014

Fundación y Tierra, de Isaac Asimov

En 1986 el escritor norteamericano de origen ruso, Isaac Asimov, echó el cierre definitivo a la saga Fundación, que de ser una trilogía pasó finalmente a una pentalogía (aunque en 1988 escribió una precuela, Preludio a la Fundación y en 1993 se publicó de forma póstuma una segunda precuela, titulada Hacia la Fundación).
En Fundación y Tierra seguimos viajando con los personajes que protagonizaron la anterior entrega, Los límites de la Fundación, el consejero de la Primera Fundación Golan Trevize y el mitólogo Janov Pelorat, a los que añadimos a la enigmática habitante de Gaia, Bliss, como tercer tripulante de la nave gravítica Far Star. La misión continúa teniendo el mismo objetivo: encontrar el planeta original, la Tierra, donde surgió la Humanidad y del que hace 20 mil años los grupos humanos empezaron a colonizar la galaxia. Sin embargo alguien o algo está determinado a ocultar las pistas para encontrar el planeta y a desconcertar a nuestros protagonistas con falsas leyendas sobre su radiactividad. A pesar de los obstáculos, Trevize está convencido de que la Tierra no es una leyenda sino un planeta real que existe, y encontrarlo supone responder a las preguntas sobre por qué ha quedado en el olvido de la Humanidad el planeta original, y sobre todo, y esto supone el objetivo principal, porque Trevize “ha decidido” que el Plan Seldon y las Fundaciones han llegado a su fin y el futuro de la galaxia pasa por integrar a todos los planetas, incluido el primigenio, en un sistema como el que funciona en Gaia, en el que tanto seres humanos como animales y plantas están interconectados a través de la mente y funcionan como un conjunto. Si esto puede aplicarse a todos los planetas, como Trevize piensa, se creará un sistema estable que perdurará mucho más tiempo que el Segundo Imperio que está por venir.
El viaje de nuestros protagonistas les lleva a visitar varios planetas, todos hostiles y reacios a dar información sobre la Tierra: en Comporellon, consiguen escapar gracias a los “encantos” de Trevize y la habilidad mental de Bliss; en Aurora, un mundo deshabitado, casi son devorados por unos perros salvajes; en Solaria, vemos un mundo en el que los humanos viven aislados y han desarrollado un hermafroditismo que les permite reproducirse sin contacto, de allí escaparán llevándose consigo a la joven Fallom, que será importante en el futuro; en Melpomenia, otro planeta muerto, encuentran información valiosa sobre los primeros mundos colonizados por los humanos; y en Nueva Tierra, descubrirán que nada es lo que parece.
Pero Trevize encuentra pequeñas pistas que permitirán localizar finalmente el planeta original, la Tierra, gracias a sus dotes deductivas y a la capacidad para extraer de las leyendas, pequeñas porciones de verdad: “La cuestión está –había dicho Pelorat- en deducir o decidir qué elementos particulares de una leyenda representan una verdad plena subyacente”.
Lo que al fin les espera a nuestros protagonistas es el conocimiento de un plan futuro para la galaxia explicado por un enigmático ser que les estaba esperando pacientemente.
Digno final para una saga imprescindible para los amantes de la ciencia ficción, Asimov es un gran contador de historias y leerlo siempre produce un gran placer.

martes, 12 de agosto de 2014

Un mar oscuro como el oporto, de Patrick O'Brian

Decimosexta novela de la famosa saga de Aubrey y Maturin ambientada en las guerras napoleónicas (1792-1815), y que recrea con precisión quirúrgica la apasionante vida en el mar, tan distinta de la vida “tierra adentro”. Publicada en 1993, si como lector has llegado hasta aquí (la saga la componen 20 libros), y has sobrevivido al ingente aluvión de términos náuticos sin marearte, enhorabuena. Lo digo sin ningún sarcasmo, puesto que yo mismo soy fan de las aventuras del capitán Jack Aubrey y del doctor y espía irlandés Stephen Maturin, y no me considero un experto en cuestiones marinas, y me conformo con distinguir donde está estribor, babor, popa, proa, y los mástiles principales de una fragata.
En una época apasionante de la navegación en la que el viento y las corrientes marinas son motores fundamentales de los barcos, es lógico que la descripción del trabajo de los marineros a bordo de un barco siga una rutinaria tarea de arrizar velas, limpiar cubiertas, hacer mediciones de la posición del barco, etc., etc., y esta “ambientación” es necesaria en toda novela de Patrick O’Brian, aunque creamos que genera pesadez y aburrimiento. Las cosas pasan aunque con un ritmo distinto y cuando se entiende esto, entonces se disfrutan mucho estos libros.
En esta entrega, la fragata Surprise, con patente de corso otorgada por el gobierno británico, navega por aguas del Pacífico sur con dirección a Callao (Perú), en la que Stephen Maturin debe desempeñar una misión secreta que posibilite la vía de la revolución y posible independencia de la colonia española (curiosamente en un momento, suponemos que 1812-13, aunque no se especifica, en que los británicos son aliados de los españoles en la guerra peninsular contra los franceses). Los franceses también están interesados en lo mismo, en destruir el imperio español en América, y de paso arruinar la estrategia británica. Sabemos que la revolución de las colonias españolas en América ya estaba en marcha en algunos territorios desde 1810, como Chile, aunque no en Perú, último territorio en permanecer bajo el dominio español. A nivel político podríamos diferenciar los modelos que tanto ingleses como franceses querían implantar: abolicionismo, libertades, monarquía o república, etc., pero realmente de lo que se trata es de aumentar la influencia económica de estas metrópolis, y a nivel interno, que la burguesía criolla obtenga el poder político y el prestigio que España le niega (“Por lo que respecta a la opinión pública aquí en Perú, creo que está bastante a favor de la independencia, especialmente porque el actual virrey ha tomado algunas medidas impopulares que favorecen a los nacidos en España y van en detrimento de los nacidos aquí”).
Si de camino a Perú, la Surprise ejerce como barco corsario, mejor que mejor, y como Jack Aubrey sigue siendo “el afortunado”, caerán varias presas, entre ellas un barco corsario norteamericano, el Franklin, y un barco pirata, el Alastor. Realmente hacer el corso no es más que robar a otros barcos mercantes o de guerra con permiso de un gobierno, una actividad de la que Maturin encuentra objeciones: “Es vergonzoso sentir placer en quitar a otros hombres sus pertenencias a la fuerza, abiertamente, legalmente y recibir felicitaciones e incluso condecoraciones…”.
Por cierto, uno lee la sinopsis de la contraportada, donde se dice que el gran momento de la novela es el paso de la fragata Surprise por el cabo de Hornos, e imagina que esto ocurrirá pronto, cuando ocurre al final, aunque tengo que reconocer que está muy bien narrado porque al peligro de un barco de guerra norteamericano que se cruza con la fragata, se une la amenazante presencia de bloques de hielo capaces de perforar el casco del barco y acabar con la afortunada travesía de la Surprise. Lo cierto es que después de un larguísimo viaje, la fragata pone rumbo por fin a Inglaterra para tomar un breve descanso, porque la guerra contra los franceses continúa y las aventuras de Aubrey y Maturin, aunque están pronto a terminar, nos siguen esperando en el horizonte.