miércoles, 1 de octubre de 2014

Sin novedad en el frente, de Erich Maria Remarque

Erich Maria Remarque (seudónimo de Erich Paul Remark, 1898-1970) noveló parte de sus experiencias como combatiente en la I Guerra Mundial en un libro publicado en 1929 que se convirtió rápidamente en un éxito internacional.
Cuando leí un día que Sin novedad en el frente era uno de los alegatos más antimilitaristas que se han escrito (creo que el artículo era de Jacinto Antón en El País), en seguida fui a comprármelo, junto a El miedo, de Gabriel Chevalier. Los compré hace un tiempo pero ha sido ahora, que se conmemora el centenario del inicio de la Gran Guerra, cuando he sabido que era el momento de estos libros, porque sí, también los libros tienen su momento. Como dato biográfico importante a saber sobre Remarque, decir que en 1932 abandonó Alemania huyendo del nazismo, así que los nazis incluyeron este libro entre los que quemaron públicamente en 1933, cuando organizaban esas hogueras con las que pretendían "purificar" las mentes de los alemanes. 
Los nazis quisieron borrar un libro que cuenta la guerra descarnada, sin héroes, sin medallas, sin honor, y esta imagen era absolutamente contraria a la propaganda militarista del fascismo.
En palabras del joven veinteañero que relata de forma sobria sus experiencias en las trincheras, el soldado alemán Paul Bäumer: "Soy joven, tengo veinte años, pero no conozco de la vida más que la desesperación, el miedo, la muerte y el tránsito de una existencia llena de la más absurda superficialidad a un abismo de dolor. Veo a los pueblos lanzarse unos contra otros y matarse sin rechistar, ignorantes, enloquecidos, dóciles, inocentes. Veo a los más ilustres cerebros del mundo inventar armas y frases para hacer posible todo eso durante más tiempo y con mayor rendimiento."
Esta reflexión del protagonista podría aplicarse perfectamente a cualquier guerra y a cualquier bando, porque en esta novela lo único que se salva es el compañerismo y la solidaridad entre el grupo de jóvenes soldados alemanes, todo lo demás es la barbarie del hombre. Y lo triste es que esa barbarie se multiplicó durante la siguiente guerra mundial, en la que no solo los hombres se mataban por el amor a la patria sino también para exterminar a las razas odiadas.
La novela es brutal por su lenguaje directo y sin metáforas: las bombas caen para destrozar cuerpos, los gases tóxicos hacen estallar los pulmones, los miembros son amputados sin piedad, y los soldados han perdido la poca humanidad que les quedaba cuando salieron de la acelerada instrucción en el cuartel. 
Se denuncia un mundo en el que los propios docentes incitaban a los jóvenes a alistarse porque era el mejor servicio que podían hacer por su país. Se critica una sociedad que veía con euforia el inicio de una guerra que pondría a cada uno en su sitio, aunque los únicos que pagaron los platos rotos de la alta política fueron los millones de obreros y campesinos que murieron sin saber a ciencia cierta por qué luchaban. Nuestro protagonista cuestiona esa educación militarista que el emperador Guillermo II había fomentado en las escuelas alemanas: "Deberían haber sido para nosotros, jóvenes de dieciocho años, mediadores y guías que nos condujeran a la vida adulta, al mundo del trabajo, del deber, de la cultura y del progreso, hacia el porvenir". Y sin embargo, fueron enviados al matadero.
Y la guerra "les ha echado a perder para cualquier cosa". Los que sobrevivan serán carne de cañón para ideologías extremistas que prometan una vida mejor y que sepan encauzar el odio acumulado de esos infelices hacia un enemigo concreto. Son carne del nazismo.
Estamos ante una obra primordial para entender el verdadero sentido de la guerra, ante un documento tan real que resultaba peligroso para las ideologías totalitarias. Un testimonio que cuenta qué es la guerra, y para conocerla no hay que ir solo a los museos a ver medallas, hay que ir a un hospital: "Sólo un hospital muestra verdaderamente lo que es la guerra".