martes, 14 de enero de 2014

El evangelio según Jesucristo, de José Saramago

José Saramago (1922-2010), el escritor portugués Nobel de Literatura en 1998 no es de los que deja indiferente con sus libros, cada una de sus obras nos invita a la reflexión sobre los temas centrales del hombre: la religión, la muerte, la maldad, etc. Y lo hace siempre con un estilo narrativo singular en la construcción de los diálogos y en el uso preciso de la palabra.
Cuando escribió en 1991 El Evangelio según Jesucristo, la historia novelada de la vida de Jesús de Nazaret, no desde la perspectiva dogmática de la Biblia, sino desde una visión más abierta y humanista, los sectores católicos más ultraconservadores se sintieron ofendidos y tacharon el libro de una blasfemia (¿en tiempos de la Inquisición Saramago habría sido quemado en la hoguera por los fanáticos del dogmatismo?).
Lo cierto es que la historia de la vida de Jesús desde su concepción, a saber, obra exclusiva de José y María (“la carne de él penetró en la carne de ella, creadas una y otra para eso mismo”), es contada con sencillez y muchísima ironía: nace en Belén, es circuncidado como todo judío al nacer (por cierto que Saramago nos dice que su prepucio se puede ver en una parroquia italiana “para edificación de creyentes empedernidos y disfrute de incrédulos curiosos”); Jesús es el primogénito de una familia numerosa a la que abandona temporalmente tras la muerte de su padre (crucificado por ser considerado un rebelde zelote), pasa cuatro años cuidando de un rebaño de ovejas  junto a un enigmático hombre conocido como Pastor, que no es otro que el Diablo, que intenta enseñar a Jesús la dualidad de las cosas en la vida: “no me gustaría verme en la piel de un dios que al mismo tiempo guía la mano del puñal asesino y ofrece el cuello que va a ser cortado”; conoce al amor de su vida, la prostituta María de Magdala, quien le enseñará a amar a una mujer en todos los sentidos: “Aprende, aprende mi cuerpo”. Es esta parte del relato la más poética, Jesús describe el cuerpo de María Magdalena: “tus dos senos son como dos hijos gemelos de una gacela”. Luego llega la etapa de los “milagros”: la abundancia de peces en el Mar de Galilea cuando Jesús acompaña a los pescadores, las curaciones de enfermos supuestamente incurables (cura a Lázaro aunque no lo resucita cuando muere), la multiplicación de los panes y los peces, etc.
Dedica Saramago a sus primeros años gran parte del libro, pasando con velocidad sin embargo por los episodios más conocidos de su vida a partir del prendimiento. Porque es en esos años jóvenes donde Saramago quiere ver a un Jesús dolido por las circunstancias de su nacimiento y los remordimientos de su padre, incomprendido por su familia, atormentado por la soledad, estigmatizado porque sobrevivió a una matanza de 25 niños inocentes en Belén porque así lo quiso Dios.
Y es con Dios con quien Saramago ajusta cuentas: su crueldad en la matanza de inocentes, el desprecio a las mujeres, y claro está su desprecio al Hombre, al que utiliza para obtener la adoración eterna. La conversación entre Dios, Jesús y el Diablo en la barca es para mí una parte sublime de la novela: en ella Dios, ante el silencio cómplice del Diablo (a los dos les favorece mucho el plan), explica a Jesús cuál es el propósito de su vida, a saber, ser el cordero que será sacrificado para que Dios no solo sea adorado por un pequeño pueblo, el judío, sino por todos los habitantes del mundo, que puestos a tener fieles, mejor a lo grande. Y además su muerte debe ser dolorosa, como mártir, “para que la actitud de los creyentes se haga más fácilmente sensible”. Y por no mantener en la ignorancia de los hechos futuros que provocará este sacrificio, Dios enumera a Jesús, de forma alfabética, todos aquellos que morirán cruelmente defendiendo a Cristo, y mucho más adelante, los que morirán por dudar de Cristo, las Cruzadas, las guerras de religión, etc., etc. Y sentencia Dios: “el hombre es lo mejor que le ha podido ocurrir a los dioses”.
Y dijo Dios: “Este Bien que yo soy no existiría sin ese Mal que tú eres… si el Diablo no vive como Diablo, Dios no vive como Dios, la muerte de uno sería la muerte del otro”.
No hay mejor instrumento literario que la ironía para luchar contra los dogmatismos religiosos.


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