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martes, 12 de agosto de 2014

Un mar oscuro como el oporto, de Patrick O'Brian

Decimosexta novela de la famosa saga de Aubrey y Maturin ambientada en las guerras napoleónicas (1792-1815), y que recrea con precisión quirúrgica la apasionante vida en el mar, tan distinta de la vida “tierra adentro”. Publicada en 1993, si como lector has llegado hasta aquí (la saga la componen 20 libros), y has sobrevivido al ingente aluvión de términos náuticos sin marearte, enhorabuena. Lo digo sin ningún sarcasmo, puesto que yo mismo soy fan de las aventuras del capitán Jack Aubrey y del doctor y espía irlandés Stephen Maturin, y no me considero un experto en cuestiones marinas, y me conformo con distinguir donde está estribor, babor, popa, proa, y los mástiles principales de una fragata.
En una época apasionante de la navegación en la que el viento y las corrientes marinas son motores fundamentales de los barcos, es lógico que la descripción del trabajo de los marineros a bordo de un barco siga una rutinaria tarea de arrizar velas, limpiar cubiertas, hacer mediciones de la posición del barco, etc., etc., y esta “ambientación” es necesaria en toda novela de Patrick O’Brian, aunque creamos que genera pesadez y aburrimiento. Las cosas pasan aunque con un ritmo distinto y cuando se entiende esto, entonces se disfrutan mucho estos libros.
En esta entrega, la fragata Surprise, con patente de corso otorgada por el gobierno británico, navega por aguas del Pacífico sur con dirección a Callao (Perú), en la que Stephen Maturin debe desempeñar una misión secreta que posibilite la vía de la revolución y posible independencia de la colonia española (curiosamente en un momento, suponemos que 1812-13, aunque no se especifica, en que los británicos son aliados de los españoles en la guerra peninsular contra los franceses). Los franceses también están interesados en lo mismo, en destruir el imperio español en América, y de paso arruinar la estrategia británica. Sabemos que la revolución de las colonias españolas en América ya estaba en marcha en algunos territorios desde 1810, como Chile, aunque no en Perú, último territorio en permanecer bajo el dominio español. A nivel político podríamos diferenciar los modelos que tanto ingleses como franceses querían implantar: abolicionismo, libertades, monarquía o república, etc., pero realmente de lo que se trata es de aumentar la influencia económica de estas metrópolis, y a nivel interno, que la burguesía criolla obtenga el poder político y el prestigio que España le niega (“Por lo que respecta a la opinión pública aquí en Perú, creo que está bastante a favor de la independencia, especialmente porque el actual virrey ha tomado algunas medidas impopulares que favorecen a los nacidos en España y van en detrimento de los nacidos aquí”).
Si de camino a Perú, la Surprise ejerce como barco corsario, mejor que mejor, y como Jack Aubrey sigue siendo “el afortunado”, caerán varias presas, entre ellas un barco corsario norteamericano, el Franklin, y un barco pirata, el Alastor. Realmente hacer el corso no es más que robar a otros barcos mercantes o de guerra con permiso de un gobierno, una actividad de la que Maturin encuentra objeciones: “Es vergonzoso sentir placer en quitar a otros hombres sus pertenencias a la fuerza, abiertamente, legalmente y recibir felicitaciones e incluso condecoraciones…”.
Por cierto, uno lee la sinopsis de la contraportada, donde se dice que el gran momento de la novela es el paso de la fragata Surprise por el cabo de Hornos, e imagina que esto ocurrirá pronto, cuando ocurre al final, aunque tengo que reconocer que está muy bien narrado porque al peligro de un barco de guerra norteamericano que se cruza con la fragata, se une la amenazante presencia de bloques de hielo capaces de perforar el casco del barco y acabar con la afortunada travesía de la Surprise. Lo cierto es que después de un larguísimo viaje, la fragata pone rumbo por fin a Inglaterra para tomar un breve descanso, porque la guerra contra los franceses continúa y las aventuras de Aubrey y Maturin, aunque están pronto a terminar, nos siguen esperando en el horizonte.

martes, 12 de febrero de 2013

Clarissa Oakes, polizón a bordo, de Patrick O'Brian

De todas las novelas de O'Brian dedicadas a los geniales Jack Aubrey, capitán de la fragata Surprise durante las guerras napoleónicas, y Stephen Maturin, espía y cirujano naval, ésta, la decimoquinta de la serie escrita en 1992, es hasta el momento, en mi opinión, la más extraña de todas. 
Y no lo digo por su final abrupto que siempre me deja un poco huérfano, ya me acostumbré hace tiempo a esos finales que no lo parecen. Tampoco se debe a que a lo largo de la novela no se produzca ninguna batalla naval digna de mención, y eso que estamos en el contexto de una guerra que enfrenta a la Armada real británica con la francesa. 
Por supuesto, no se trata del ritmo lento de la narración, a golpe de campanadas y rutina diaria en un barco de guerra, rutina que consume gran parte de la novela sin que te des cuenta, o consciente de ello. Es una novela de poca acción, solo un poco al final, y descrita con desgana podríamos decir, pero como siempre, O'Brian es capaz de hacer que eso no importe en absoluto, porque una vez que te subes en la Surprise de Aubrey y Maturin, vas de viaje a donde te lleven.
Y en esta ocasión, el viaje me lleva al Pacífico Sur, a las islas de la Polinesia, islas que encierran tantos animales y plantas que Maturin y su amigo el reverendo Martin, ávidos naturalistas, les gustaría ver y describir. Pero como diría Aubrey: "no hay un minuto que perder", y la misión de la Surprise es conseguir acabar con el conflicto que hay en una isla, de la cual tanto ingleses como franceses están interesados en atraer a su bando, fortaleciendo su presencia en el Pacífico. Vamos, una misión menor en un escenario menor de las guerras napoleónicas.
Pero el verdadero tema de la novela no es precisamente la misión, sino la sorprendente presencia de una mujer a bordo, Clarissa Oakes, escapada de un penal australiano, e introducida en el barco por un oficial, Oakes, con quien acabará contrayendo matrimonio a bordo. Y ahí viene la extrañeza de la novela, puesto que una mujer, inteligente y bella, va a poner patas arriba el sensible ecosistema de un barco de guerra. 
Y entonces surge la misoginia natural de los marinos. Por ejemplo, en las palabras del capitán Aubrey: "Todo el mundo sabe cuánto detesto que haya mujeres a bordo porque traen peor suerte que los gatos y los curas." Pero, más allá de la mala suerte, qué capitán querría tener una mujer bella en medio de doscientos marineros que llevan tiempo sin catar una prostituta de cualquier puerto que les pegue la sífilis o la gonorrea ("Esto será como Sodoma y Gomorra", vaticina Aubrey). Y sin embargo, la actitud de casta admiración de los marineros contrastará con las envidias y malas actitudes de los oficiales, que enturbiará el ambiente durante un tiempo. Pero para Maturin, la presencia accidental de Clarissa Oakes será vital para su labor como espía, ya que no olvidemos que continúa intentando averiguar la identidad de un alto cargo del Almirantazgo que pasa información a los franceses.
Por cierto, no se preocupen por la terminología náutica, llevo quince libros leídos y me cuesta mucho todavía saber en qué parte del barco suceden las cosas o qué velas se están colocando. Pienso como el doctor Maturin: "Contentémonos con la idea de que no todos nuestros compañeros de tripulación saben la diferencia entre el ablativo y el ablativo absoluto". Que la disfruten.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

La goleta Nutmeg, de Patrick O'Brian

Decimocuarta entrega de la maravillosa serie de Aubrey y Maturin magistralmente escrita por el escritor británico (él siempre había dicho que era irlandés) Patrick O'Brian (1914-2000), y que desgraciadamente poco a poco va llegando a su fin (son veinte novelas), y es por ello que cada vez ralentizo más las lecturas de esta serie, intentando evitar lo inevitable. Y es que cada novela, de la primera hasta ésta última, es un portento de magnífica literatura, aquella que es capaz de transportarte y mantenerte con los cinco sentidos puestos en ella. 
Algunos recordarán al capitán Jack Aubrey y el médico y naturalista Stephen Maturin por la buena película de "Master and Commander: al otro lado del mundo" (2003), que adaptaba un par de entregas de la serie, y reconozco que desde entonces no puedo imaginar a Aubrey y Maturin sin las caras de Russell Crowe y Paul Bettany respectivamente.
En esta entrega, La goleta Nutmeg (1991) o The Nutmeg of Consolation, Aubrey y Maturin y la tripulación de la Diane, que ha encallado en un arrecife en las Indias orientales holandesas, se encuentran en una isla intentando construir un pequeño barco para poder llegar a Batavia cuando son asaltados por unos piratas malayos. Después de conseguir abandonar la isla, Aubrey se pone al mando de una goleta holandesa rebautizada con el nombre de Nutmeg, y con el objetivo, ambicioso, de capturar una fragata francesa de 32 cañones, la Cornelie, que navega por esas aguas.  Pero el plan de hacerse pasar por un barco mercante es descubierto por los franceses, que emprenden una emocionante persecución para capturar la goleta. Ésta, afortunadamente, encontrará en la ruta de escape, como preveía Aubrey, a su querida fragata Surprise. Después de hacerse con el mando de ésta, Aubrey se dirige a Nueva Gales del Sur (el asentamiento colonial británico en Australia) para reponer víveres y poder regresar a Inglaterra, colonia que dejará una pésima impresión en nuestros protagonistas, ya que se encuentran una colonia a la que los ingleses envían a los peores presos para trabajar como esclavos en las granjas, presos que reciben brutales palizas por no cumplir con sus obligaciones. De la población indígena de la colonia, los aborígenes australianos, los colonizadores ingleses piensan esto: "[Los irlandeses] No son muy diferentes de los aborígenes de aquí, señor, que son las personas más perezosas del mundo. Si usted les da ovejas, no esperan a que formen un rebaño, sino que se las comen enseguida. Entre ellos tiene que haber forzosamente pobreza, suciedad e ignorancia".
A los dos personajes principales siempre acompañan algunos secundarios fieles a todas las entregas como el timonel Bonden, el malhumorado despensero Killick, y últimamente el ayudante de Maturin en la enfermería, el reverendo Martin. En cambio, en esta entrega me gustaría centrarme en el personaje de Stephen Maturin ("Es un hombre feo, bajo, de complexión débil y de tez pálida", así lo describe un funcionario), tal vez mi personaje preferido en esta serie, porque Maturin es a principios del siglo XIX, y en el marco de las Guerras Napoleónicas, un personaje que aglutina muchas facetas: irlandés papista con orígenes catalanes, es médico y cirujano de la Surprise, pero también naturalista, agente secreto de la Armada Real, músico aficionado, y fiel amigo del capitán Jack Aubrey. Y de hecho, esta novela, está escrita la mayoría de las veces desde la perspectiva y la mirada de Maturin, una mirada científica pero también política. Su mirada científica nos lleva a compartir su pasión por descubrir nueva flora y fauna, explorar nuevas islas o enfrentarse a las enfermedades, que al fin y al cabo fue la pasión de los hombres ilustrados durante los siglos XVIII y XIX. 
Su mirada política se dirige al problema irlandés. Cuando Maturin tiene que valorar la reciente insurrección en Irlanda (1798), comenta: "Es extraño que cuando los habitantes de las colonias inglesas de América se separaron de Inglaterra..., les apoyaron muchos ingleses,..., y en cambio cuando los irlandeses intentaron hacer lo mismo, nadie, que yo sepa, habló en favor de ellos". El tema de Irlanda aparece varias veces en la novela porque O'Brian quiere resaltar el desconocimiento de los ingleses hacia la isla vecina. Ese desconocimiento es patente incluso en Aubrey al decir que una carta está en griego, a lo que Maturin contesta: "No es griego, sino irlandés". Aubrey, extrañado, responde: "Así que los irlandeses tienen una escritura propia. No tenía idea." Pero será sobre todo la opinión de un clérigo inglés la que indignará sobremanera a Maturin: "Los irlandeses no merecen el apelativo de hombres.... Ahora, para colmo, les permiten tener sacerdotes también." 
La vida en los barcos de guerra de la época no era fácil, y un marinero debía convivir con muchas personas en espacio reducido, soportando habitualmente malos olores ("cuando hace mal tiempo, los marineros con peristaltismo o deseos de realizar la micción buscan un rincón aislado dentro del barco en vez de ir al retrete al aire libre situado en la proa"); esa convivencia era extensible a los animales habituales en los barcos, aunque la Nutmeg, sorprendentemente, al estar vacía y limpia, "no tenía cucarachas, ni pulgas, ni piojos, ni mucho menos ratones". Por cierto, las ratas tendrán un protagonismo especial en esta entrega cuando ingieran, en su avidez, las hojas de coca que el doctor Maturin guarda para sí mismo, ya que estas hojas de coca le permiten mantenerse más despierto y activo, reduciendo el sueño y el hambre.
Tampoco en la Armada se exigía que el cirujano del barco fuera un experimentado médico, antes mas bien un experimentado carnicero o barbero. Incluso el reverendo Martin es en esta entrega por un período breve el cirujano de la Surprise y su experiencia con la cuchilla, es a juicio de los tripulantes, buena "después de haber disecado tantos cocodrilos, babuinos y animales parecidos". Eso sí, Martin y Maturin hablan en latín delante de los pacientes para que estos no entiendan nada y por tanto los marineros consideran que el hecho de que hablen en latín es tranquilizante porque "era la lengua de los sabios, no de curanderos de animales que entraban en la Armada por cobrar una gratificación y se las daban de médicos en el castillo". Siendo un experto cirujano, Maturin reconoce que "en medicina se puede hacer muy poco aparte de hacer sudar, hacer sangrías y administrar una purga, como la píldora azul o un ungüento aún más fuerte. Pero la cirugía es otra cosa."
Maturin, por muchas millas que haya recorrido en los barcos de guerra británicos junto a Aubrey, nunca será un marino, bueno, es capaz de distinguir algunas velas y saber lo que es sotavento y barlovento, pero para Aubrey y los demás expertos marinos de profesión, poco sabe de los barcos. Así que cuando la Nutmeg se camufla como un vulgar barco mercante, Maturin, para indignación de Aubrey, no es capaz de distinguir los sutiles cambios en el velamen, la jarcia o la cubierta que hacen que un barco de guerra ya no lo parezca tanto. Y eso es lo que hace especial al doctor Maturin, su excepcional inteligencia para el espionaje, su dominio de la medicina y sus vastos conocimientos naturalistas se complementan con su torpeza en los barcos, su desinterés por los temas marinos y su difícil adaptación a la disciplinada y ordenada vida rutinaria en un barco de guerra.  
En fin, como siempre un placer leer a O'Brian.

jueves, 12 de agosto de 2010

Trece salvas de honor, de Patrick O'Brian


La entrega número trece de las aventuras de Aubrey y Maturin se titula "Trece salvas de honor" (1989), y es una novela con muchos de los ingredientes de anteriores libros pero con algunas diferencias. Me explico. Los lugares comunes siguen estando presentes: la minuciosa descripción de la vida en un barco de guerra de la Armada inglesa durante las guerras napoleónicas, que incluye una utilización exhaustiva de términos marinos, como no podía ser de otra forma, aunque reconozco que después de 13 entregas todavía me resulta difícil (o muy difícil) identificar los diferentes tipos de velas, los palos, las cuerdas, etc., etc., que las juanetes y las sobrejuanetes sé que son velas pequeñas que se encuentran en la parte alta del velamen del barco, pero poco más. De todas formas, la culpa es mía, porque cada libro incluye un glosario de términos marinos y alguna vez le he echado una ojeada. Como ya dije en una anterior reseña, es muy útil conocer las partes de un barco para entender mejor la vida marinera pero creo que no es imprescindible. Me encantan estas novelas de las guerras napoleónicas ambientadas en el mar pero no por ello se exige ser un experto marino para disfrutar de ellas.
Los otros ingredientes indispensables son esa fascinación de Maturin por conocer fauna y flora de los lugares que descubre, habitual entre los naturalistas de finales del XVIII y del XIX, y por otro lado los episodios de espionaje que jalonan esta entrega.
En este libro, Aubrey es rehabilitado como capitán de la Armada y recibe inmediatamente una misión: llevar en la Diane (abandona momentáneamente su querida Surprise), un barco francés que él mismo había capturado, una misión diplomática para negociar con el sultán de Pulo Prabang, en Malasia, un contrato comercial con la Compañía de Indias. También los franceses por su parte intentan lo mismo, y entre la misión francesa van dos espías de nacionalidad inglesa que trabajan para los franceses, y a los que Maturin odia especialmente. El viaje a Malasia ocupa buena parte de la novela aunque son los capítulos finales los más interesantes: los movimientos diplomáticos para convencer al sultán, las reuniones entre Maturin y el naturalista holandés Van Buren, con el que diseccionará algún que otro bazo (humano), la excursión de Maturin al templo de Kumai y el descubrimiento de animales que le fascinan, especialmente el orangután; la sutil manera de trabajar de Maturin, un nacionalista irlandés, el mejor cirujano de la Armada, un espía accidental, un defensor de la independencia de Cataluña respecto a Castilla, mi personaje favorito, sin duda alguna; la consecución del tratado comercial, que engrandece la arrogancia del diplómatico inglés, Fox, y que dificulta las relaciones con Maturin y Aubrey.
No hay batallas navales en esta novela, pero tampoco hacen falta porque lo importante es adentrarse en el mundo de los barcos de guerra, en la fascinación por descubrir nuevos animales y nuevas plantas, en definitiva, por la aventura de viajar y explorar nuevos territorios. Es verdad que las intenciones de los ingleses no son simplemente de un interés naturalista y científico, lo que les mueve en aquellas aguas es el comercio, es una suerte de imperialismo comercial que todavía no ha evolucionado a la siguiente fase, el imperialismo territorial de finales del siglo XIX, ahora lo único que interesa es establecer relaciones comerciales preferenciales, más adelante se buscará la conquista territorial.
Lo que me gusta de O'Brian es que ni todos los franceses son villanos ni los ingleses son unas hermanitas de la caridad, en la guerra no todo es blanco o negro, y es Maturin quien siempre sabe distinguir el color gris de las cosas.
El final es sorprendente porque es difícil ver a Aubrey en verdaderos apuros pero cuando la Diane se adentra en aguas de las que no se tienen cartas marinas, puede pasar lo que pasa...
Como siempre una delicia de novela, qué pena que vayan quedando ya menos entregas (unas siete).

jueves, 9 de abril de 2009

La patente de corso, de Patrick O'Brian


Es una pena comenzar a reseñar los libros de Patrick O'Brian a partir de la entrega nº 12 de la serie Aubrey y Maturin, porque todos sus libros anteriores merecerían reseñas muy elogiosas, pero bueno, este escritor no podía faltar en un blog como éste porque hablar de Patrick O'Brian es hacerlo de uno de los grandes de la novela histórica (junto a Robert Graves, Gisbert Haefs, Colleen McCullough y Bernard Cornwell).

El escritor Patrick O'Brian (1914-2000) era británico y no irlandés, como él siempre sostenía, de madre inglesa de ascendencia irlandesa y padre de orígenes alemanes. Fue un autor muy prolífico, con numerosos ensayos y relatos, pero sobre todo fue el gran cronista de la vida de la Armada inglesa durante las Guerras Napoleónicas, a través de la serie Aubrey y Maturin, que magistralmente fue llevada al cine con la película "Master and Commander".

La serie comienza con el título "Capitán de mar y de guerra", y es publicada por Edhasa. Yo llevo leyéndola desde el primer libro en su versión de bolsillo, con una letra comprimida pero no cansina. Jack Aubrey es un capitán inglés de la Armada dotado de una gran virtud, su buena suerte, no en vano, los marineros lo llaman Jack el Afortunado, con una personalidad muy bien definida desde el primer libro, es valiente, generoso y audaz, pero no por ello es un dechado de virtudes. Tal vez su fiel amigo y compañero de aventuras represente el complemento ideal a su personalidad, el médico, naturalista y espía catalano-irlandés Stephen Maturin. Maturin es un personaje tan rico en sus matices que se hace imprescindible en las novelas de O'Brian, es un médico con ideas nuevas que aplica como cirujano en los barcos de guerra en los que navega, inteligente, muy interesado por el estudio de las especies vegetales y animales del planeta, además de realizar labores de espionaje para el Servicio Secreto británico. Es torpe (sobre todo dentro de un barco), descuidado con su aspecto, y él mismo se define como un hombre feo y mal conversador. A lo largo de las novelas, ese desconocimiento y desinterés de Maturin por la vida del mar va diluyéndose y poco a poco va comprendiendo las complejas reglas que rigen en los barcos de guerra y la regulada vida de los marineros, aunque nunca parece comprender del todo ese mundo, a pesar de los esfuerzos de Aubrey.

De las anteriores 11 novelas de la serie no podría destacar las mejores porque todas las he disfrutado enormemente, por la trama, la forma de contar las historias, los personajes, etc. Tal vez, la tercera, "La fragata Surprise", sea una de las mejores. Tengo que decir que al principio me sentía como Maturin, me explico, me gusta la novela histórica pero no había leído nada relacionado con el mar y cuando me sumergí en la primera novela, era tal la erudición naval que mostraba O'Brian que parecía no entender nada. Sin embargo, no hay que aprenderse todos los nombres peculiares que tiene cada vela o cada cabo para disfrutar las novelas y seguir la trama sin dificultad, a parte de conocer algunos términos muy básicos como proa, popa, barlovento, sotavento, santabárbara, y alguno más. Y no creáis que después de leer doce novelas empapándome con el lenguaje técnico naval (por cierto, cada libro viene con un glosario final donde se explica cada término, por lo que es muy útil muchas veces) me he convertido en un experto marino, realmente si algo te hace ver O'Brian es que los barcos de finales del XVIII y principios del XIX eran auténticas máquinas complejas que se movían con la única fuerza del viento, así que en las novelas el viento es casi como el personaje omnipresente del que dependen las victorias en las batallas navales, la duración de los viajes y el estado de ánimo de los supersticiosos marineros.

La duodécima novela, "La patente de corso", es curiosamente una buena novela pero no está al nivel de algunas de las anteriores. Aubrey ha sido injustamente condenado por un asunto económico (que se relata en la novela 11), y es expulsado de la Armada Real. Pero gracias a Maturin puede capitanear la fragata Surprise como barco de guerra privado, gracias a una patente de corso expedida por el gobierno británico. Como barco de guerra privado y con esta licencia, Aubrey puede atacar barcos de guerra franceses igualmente, con la ventaja de que una vez vendidos los barcos capturados ("las presas") junto con su cargamento, los beneficios son para el capitán y la tripulación, mientras que como barco de guerra de la Armada, una gran parte de los beneficios se los queda el Almirantazgo. Sin embargo, a pesar de que las cosas le irán muy bien a Aubrey como corsario, su único deseo es volver a ser reintegrado como capitán de la Armada. Además de la trama principal, Maturin vuelve a reencontrarse con su esposa Diana Villiers, con la que necesita aclarar la situación. Recomiendo a los que estén interesados en la serie, comenzar con el primer libro, porque, entre otras cosas, la historia entre Maturin y Diana debe conocerse desde el principio.

Creo que ha quedado claro mi entusiasmo hacia la serie Aubrey y Maturin, y espero habértelo transmitido. Las novelas se leen tan bien que poco importa si no conoces el nombre de las velas del barco, pero la experiencia de saber cómo se vivía en un barco a principios del XIX es impagable, y seguir los pasos del capitán y el médico irlandés vale la pena. Por cierto, podré seguir disfrutando de sus aventuras hasta la entrega 2o, la última, así que, todavía me quedan 8 novelas para disfrutar.