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viernes, 14 de octubre de 2011

La tierra de las cuevas pintadas, de Jean M. Auel

Qué ganas tenía de hablar de la saga Los hijos de la tierra, de Jean M. Auel (1936). Como cuando abrí este blog ya había leído los 5 primeros libros, hasta que no he leído el último que paso a reseñar, La tierra de las cuevas pintadas (2011), que ojalá no sea el último de la saga, no ha tenido mi atención bloguera esta magnífica escritora estadounidense. La descubrí cuando hacía primero de Historia en la Universidad, entonces, ¡hablo de 1994!, leí El Clan del Oso Cavernario (1980), el cual me impresionó enormemente, y todo hay que decirlo, me emocionó su final. Después vinieron las siguientes entregas: El valle de los caballos (1982), Los cazadores de mamuts (1985), Las llanuras del tránsito (1990) y Los refugios de piedra (2002).
Para empezar, cualquiera que se pare a leer los datos biográficos de esta escritora, se sorprende, ya que se casó a los 18 años y a los 25 ya era madre de cinco hijos. Luego estudió en la Portland State University y en la University of Portland, y en 1976 se graduó.
Sus exhaustivas investigaciones sobre la Prehistoria la han convertido en una de las mayores especialistas sobre las formas de vida durante el Paleolítico Superior, concretamente el período en que convivieron las dos especies, neandertal y cromañón (40.000-30.000 a.C.). Si ya de por sí considero que escribir novela histórica supone un difícil ejercicio de erudición que debe conjugarse con un estilo narrativo que capte la atención del lector, hacer una novela ambientada en la Prehistoria, de la cual conocemos datos más dispersos, es algo tan meritorio que demuestra la desbordante imaginación de esta autora, eso sí, imaginación muy bien fundamentada en datos científicos; y cuando se aventuraba a proponer nuevas teorías, quién le iba a decir que el tiempo le daría la razón en algunas de ellas, como la teoría del mestizaje entre neandertales y cromañón (el estudio del ADN del Neandertal ha demostrado que compartimos con aquella especie un 4% de genes), aunque en otros detalles son considerados todavía pura ficción (como la temprana domesticación de caballos). La primera novela, escrita en cuatro meses, contaba la historia de una niña cromañón, Ayla, recogida por un clan de neandertales, y de cómo aprendía sus costumbres y comportamientos sociales. La novela tuvo un éxito fulgurante y reconozco que es una de mis novelas preferidas. Con aquellos entrañables neandertales, Iza, la curandera, Creb, el Mog-ur, Brun, el jefe, Auel quería desmontar el viejo cliché nacido a principios del siglo XX de que los neandertales eran poco más que animales. Tenían una cultura desarrollada, una religión totémica, enterraban a sus muertos con complejos rituales, una sociedad compleja, un lenguaje. No conocían el arte pero en todo lo demás eran una especie que había alcanzado un alto grado de desarrollo cultural. Sin embargo, su convivencia con los Otros (los cromañón, nuestra especie) era prácticamente nula, ya que estos los consideraban "cabezas chatas" o animales. 
Bueno, es difícil contar más porque la aventura de Ayla abarca varias novelas, así que, centrándonos en la que tengo que reseñar, nuestra protagonista se ha integrado perfectamente entre el pueblo de los zelandonii, que habitan las cuevas del sudoeste de la actual Francia, en torno a Lascaux, Laugerie Haute, etc. Debido a su adiestramiento como curandera cuando vivía con el clan, y sus excepcionales dotes para controlar a los animales (a sus amigos Lobo y los caballos Whinney, Corredor y Gris), se prepara para convertirse en una Zelandoni, es decir, lo que llamaríamos la sacerdotisa de la caverna. El pueblo de los zelandonii rinde culto a la Gran Madre Tierra, como diosa de la fertilidad, llamada Doni, al igual que otros pueblos cromañón dispersos por toda Europa. En torno a este culto, Auel describe complejos rituales de iniciación que bien pudieron haber existido, como los Ritos de los Primeros Placeres: "Los placeres eran un don de la Madre, y los zelandonia consideraban que era un deber sagrado asegurarse de que la primera experiencia de los jóvenes adultos era adecuada y educativa. A su juicio, los jóvenes de ambos sexos necesitaban aprender a valorar debidamente el gran don de la Madre, y convenía que personas mayores y más experimentadas se lo explicaran e ilustraran, compartiendo el don con ellos la primera vez bajo la mirada atenta pero discreta de los zelandonia. Era un Rito de Iniciación demasiado importante para dejarlo al albur de encuentros fortuitos".
De Auel siempre pienso lo mismo cuando he leído sus novelas, sus exhaustivas descripciones de la fauna, flora y medio físico, aunque en determinados momentos puedan cansar al lector, son necesarias, porque el lector debe hacerse una composición de lugar, y hablamos de la Prehistoria, la imaginación juega un papel clave, pero con Auel menos, porque cuando describe plantas, animales, paisajes, formas de trabajar el pedernal, técnicas de caza, fabricación de tejido, de construcción de viviendas, etc., etc., me digo que "tuvo que ser así".
En esta entrega hace una detallada descripción de las pinturas rupestres de las cuevas más importantes que Ayla va visitando en su Gira de la Donier, y aquí Auel se muestra prudente a la hora de explicar la finalidad de las pinturas: "Lo más probable era que en realidad nadie conociera el significado de un dibujo salvo su autor, y quizá ni siquiera él. Si algo pintado en las paredes de una cueva inspiraba algún sentimiento, ese sentimiento era el propio significado. Podía depender del estado de ánimo, que era variable, o de lo receptivo que uno estuviera".

También me resulta muy interesante (bueno, toda la novela es para reflexionar) el siguiente pasaje: "En una sociedad sin moneda, el estatus era algo más que prestigio, era una forma de riqueza. La gente estaba dispuesta a hacer favores a una persona de posición alta porque las obligaciones siempre se liquidaban de manera equivalente. Se incurría en una deuda cuando se solicitaba a alguien que confeccionara un objeto, o hiciera algo, o fuera a algún sitio, a causa de la promesa implícita de que la deuda se saldaría con un servicio de un valor parecido... Al valorar el estatus, había que tener en cuenta muchas cosas, y por eso la gente recitaba sus "títulos y lazos". Que quieren que les diga, creo que la vida era más fácil en la Prehistoria, en muchos pasajes del libro deseé estar en aquella época, lo confieso. Todo parecía más fácil, todo el mundo trabajaba por el bien del grupo, no faltaban los alimentos si todos cooperaban, y teniendo menos, todos eran más felices.
Como no quiero contar la trama, y menos el final, tengo que dejarlo aquí, pero sí me ha sorprendido como sutilmente Auel introduce el mito del hombre que, por amor, rescató a su amada de entre los muertos: "Ya empezaban a circular relatos, relatos que se contarían en torno a las fogatas de los hogares durante años...". ¿Les suena ese mito?