La vida de Robert en 1975 es una lucha diaria por la supervivencia, basada en una "rutina" que le ocupa las mañanas buscando provisiones, arreglando la casa, quemando cuerpos de vampiros y matando a aquellos que duermen; por la noche se encierra en su casa y escucha música clásica a un alto volumen para no escuchar a los vampiros que acechan su casa y le llaman. Sentirse solo (su mujer y su hija murieron infectadas) es la mayor carga que debe soportar este hombre, que se refugia en el alcohol y flirtea con el suicidio. A las etapas de abatimiento y depresión le siguen los momentos frenéticos de estudio de los vampiros y su comportamiento, y sobretodo la forma de acabar con ellos.
Su vida "rutinaria" se verá alterada por la aparición de un perro, el primer ser vivo no infectado con el que puede entablar una relación. Poder ganarse la confianza del perro se convertirá durante meses en un motivo para vivir y seguir investigando sobre la naturaleza del virus y la forma de erradicarlo.
Cuando Neville acaba por convencerse que es el único hombre sano que queda en la tierra, aparece una mujer. Por fin, Neville puede hablar con alguien, explicar su trabajo, su vida. Ella reaviva sus esperanzas. Pero ella pertenece a una nueva sociedad, un grupo humano en el que Neville no tiene cabida, porque está sano, él será el monstruo para los otros. El final se lo dejo a los lectores.
La novela plantea un mundo postapocalíptico provocado por las consecuencias del desarrollo armamentístico (armas nucleares, bacteriológicas), un miedo latente en los años de la Guerra Fría ante una posible desaparición de la humanidad. Pero, ¿qué pasa si la humanidad no muere, sino que se adapta a las nuevas condiciones?
A pesar del pesimismo por la destrucción de la raza humana, me quedo con algo que nunca debemos perder, la esperanza. Robert Neville sabía que era el único hombre sano que quedaba vivo, y sin embargo, seguía luchando por sobrevivir. La vida seguía valiendo la pena.