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domingo, 6 de enero de 2013

Stalingrado, de Antony Beevor


De todas las batallas de la Segunda Guerra Mundial, posiblemente sea la de Stalingrado (que transcurrió entre agosto de 1942 y febrero de 1943) la que más fascinación ha causado entre quienes han leído algo sobre el mayor conflicto bélico del siglo XX. Yo mismo leí en su día un trabajo de William Craig (La batalla por Stalingrado, 1973) y quedé tan impresionado por el relato desgarrador de una batalla trágica para el ejército alemán, que me propuse revisitar la batalla desde la perspectiva de otros reputados historiadores. 
Stalingrado (1998), de Antony Beevor, es una obra espectacular, una investigación en profundidad sobre probablemente la batalla decisiva de la guerra, la derrota de todo un VI ejército alemán que quedó cercado por varios ejércitos rusos, para ser en su mayor parte aniquilado o hecho prisionero (se habla de 250.000 soldados cercados, y acabada la batalla, de 90 mil prisioneros, la mayoría de los cuales murieron de hambre en los campos de prisioneros de Rusia).
Stalingrado significó muchas cosas para rusos y alemanes: para los primeros el reforzamiento moral de un ejército maltrecho por las purgas estalinistas y por supuesto, el endiosamiento de Iosif Stalin, al que la propaganda soviética convirtió en el artífice indiscutible de la victoria; en cambio, para Hitler supuso una humillación, una grieta en su imagen de "genio de la guerra", aunque nunca asumiera la culpa de la derrota, ya que la propaganda nazi la convirtió en el sacrificio necesario para ganar la "guerra total". Pero es evidente que hay un antes y un después de Stalingrado, puesto que el ejército alemán, cuya estrategia estaba totalmente condicionada por las erróneas decisiones del Führer, acabó pasando a la defensiva en todos los frentes.
La visión que Beevor nos propone de la batalla es tan completa que uno puede conocer las decisiones del alto mando alemán y ruso, y luego bajar al campo de batalla y compartir con los soldados de ambos bandos sus miedos, sus pensamientos más íntimos y sus esperanzas. El relato es tan vívido y realista que uno se imagina (y no cuesta mucho) pasando un frío intenso dentro de un búnker, intentando comerse un trozo de pan congelado mientras se soportan las legiones de piojos que recorren el cuerpo. Y aun así, uno admira la capacidad del soldado alemán para aguantar estas y otras penalidades, no por amor ciego a Hitler, sino por sentido del deber en muchos casos. Y todo esto con un rigor en la investigación realizada por el historiador británico (que consultó los archivos soviéticos) que nos obliga a decir que efectivamente "la batalla ocurrió así".
Más allá de los errores estratégicos cometidos por el ejército alemán en la invasión de Rusia, uno debería plantearse el aforismo de Bismarck de que Alemania nunca debería entrar en guerra con Rusia. Un país tan inmenso requiere una conquista que logísticamente parece imposible, y que se lo digan a Napoleón y su Grande Armée, y que siempre acaba por encontrar a su mejor aliado, el duro invierno. Para Beevor la guerra para Alemania está perdida en diciembre de 1941, cuando los alemanes no logran tomar Moscú y EEUU entra en la guerra.
Tal vez la mejor definición de la batalla encarnizada que se libró en las calles y edificios de Stalingrado (sobre todo en las famosas fábricas Octubre Rojo y Barricada), sea la expresión "rattenkrieg" o guerra de ratas. Y este tipo de guerra fue ganada por los rusos, que tenían un ingente material humano para sacrificar, pero en cambio la vida de cada soldado alemán valía mucho más. Uno de los episodios más famosos fue la defensa de la "casa de Pavlov", llamada así porque los hombres del sargento Pavlov la defendieron durante cincuenta y ocho días luchando encarnizadamente por cada palmo de pared. También ilustre fue el francotirador Vasili Zaitsev (cuya historia novelesca podemos ver en la película "Enemigo a las puertas"), famoso por matar a más de cien alemanes, aunque Beevor duda de que se enviara desde Alemania a un especialista para liquidarlo.
También es espeluznante ver, y al mismo tiempo demuestra la eficacia de la propaganda soviética hacia su pueblo, cómo los rusos ganaron una batalla mientras al mismo tiempo la temible NKVD, la policía secreta, realizaba purgas en el ejército y ejecutaba a aquellos que se negaran a luchar. Pero hasta tal punto llegó la neurosis del peligro del "fascismo", que se seguía al pie de la letra la orden de Stalin de que cualquiera que hubiera caído en manos del enemigo era un traidor, y hay casos de soldados soviéticos que sobrevivieron a campos nazis para volver a Rusia y ser enviados a un gulag.
Beevor no exculpa lógicamente a Hitler del desastre de Stalingrado, su obsesiva dirección de las operaciones llevó a errores de bulto que sus generales serviles no vieron o no quisieron ver. A él le dedica estas palabras: "Este estratega de sofá nunca poseyó las cualidades para una verdadera conducción militar, porque ignoraba los problemas prácticos" (léase logística: combustible y víveres). Los generales pronto se convirtieron en chivos expiatorios de los errores de Hitler, y en este sentido el comandante del VI ejército, Paulus, ascendido a marsical de campo por Hitler unos días antes de rendirse (para indignación del Führer que esperaba un suicidio), no es bien valorado por Beevor. Sobre Paulus: "Paulus ha sido responsabilizado muchas veces por no desobedecer a Hitler después, una vez que la dimensión del desastre era evidente, pero su verdadero error como comandante fue no prepararse para enfrentar la amenaza. Todo lo que necesitaba hacer era retirar la mayor parte de sus tanques de la inútil batalla en la ciudad para preparar una sólida fuerza motorizada lista para reaccionar rápidamente. Debería haber reorganizado los depósitos de suministros y municiones para asegurar que sus vehículos se mantenían listos para movilizarse de inmediato."
Es evidente que no lo hizo y la Segunda Guerra Mundial dio un giro decisivo.
En definitiva un excelente relato que recomiendo fervientemente, una lectura imprescindible que me ha cautivado.


viernes, 6 de noviembre de 2009

El Día D. La batalla de Normandía, de Antony Beevor


Por fin he terminado el último libro de Beevor publicado por Crítica este año, 655 páginas de relato vívido de una de las batallas claves de la II Guerra Mundial. Digo por fin no porque me haya resultado pesado, al contrario, sino porque leer un poco por las noches, que es cuando normalmente leo, alarga los libros.
Antony Beevor (1946) es un historiador británico autor de varios libros convertidos en "best-sellers". Se ha especializado en la II Guerra Mundial y más concretamente en sus batallas ("Stalingrado", "Berlín 1945: la caída", "La batalla de Creta"), aunque también ha narrado la Guerra Civil Española.
No he leído ninguna de sus obras anteriores a ésta, asignatura pendiente porque las tengo, pero sé que "Stalingrado" y "Berlín 1945: la caída" han recibido muy buenas críticas. Todo se andará. El problema de mi visión sobre el libro es que, para bien o para mal, no he leído otros ensayos sobre la batalla (Cornelius Ryan, Stephen Ambrose, o John Keegan y su "Seis ejércitos en Normandía"). Es lógico pensar por tanto que esté impresionado por el relato de Beevor aunque soy consciente de que es la visión de este historiador.
En esencia, el libro trata de transmitir que no solo los nazis cometieron atrocidades en Normandía (matanzas de civiles, ejecuciones de prisioneros, etc.) sino que también los aliados se mostraron "salvajes" con los soldados alemanes, sobretodo con los de la SS, y que algunos bomboardeos aliados contra ciudades francesas de Normandía se podían haber evitado porque murieron miles de civiles. Lo que trata Beevor es de desmitificar la dicotomía generalmente aceptada de buen soldado aliado/inhumanos soldados alemanes.
La batalla narra desde la acción de los paracaidistas la madrugada del 6 de junio hasta la liberación de París el 25 de agosto.
De todo el relato me gustaría comentar algunas cuestiones:
- Que Beevor intenta convencernos de que los que más sufrieron en el desembarco fueron los soldados norteamericanos en la playa Omaha. Por el fuerte oleaje de ese día, el desembarco se desorganizó y las ametralladoras alemanas hacían estragos.
- Que los paracaidistas aliados realizaron una labor importantísima la madrugada del 6 de junio, tomando puentes, cortando comunicaciones, sembrando el caos entre los alemanes.
- la tardanza en movilizar las divisiones alemanas tras el desembarco se debió a que Hitler seguía pensando que el gran desembarco sería en Calais, lo que muestra el éxito de las operaciones de desinformación aliadas.
- Que en la batalla de Normandía se impuso la guerra de desgaste en un terreno difícil para los blindados y la infantería ("bocage"); los alemanes no tenían posibilidades de ser reemplazados, ni siquiera de planear una contraofensiva.
- Que la inflexibilidad de Hitler (no admitía retiradas) acabaría por destruir al ejército alemán en Normandía y Francia se perdería. Como en Stalingrado.
- La valiosísima acción de los bombardeos aliados, que entorpecieron el avance de las divisiones alemanas que se dirigían a Normandía (la Hitler Jugend y la Lehr Division). Sin esta acción, todo lo logrado el 6 de junio se hubiera ido al garete.
- La mala opinión de Beevor respecto a Montgomery, el general británico, es evidente a lo largo del libro (como la de De Gaulle): por ejemplo, lo critica por no haber previsto el siguiente paso al desembarco, por no tomar Caen el 7 de junio, por su lentitud en el avance, etc.
- El caos en la estructura de mando alemán queda evidenciado en estas palabras del general Von Schweppenburg: "En un momento en el que absolutamente todo dependía de acciones rápidas, sólo se dieron órdenes a dos divisiones y media desde los siguientes cuarteles generales: el del I Cuerpo Acorazado de la SS, el de la Panzergruppe West, el del 7º Ejército destacado en Le Mans, el del Grupo de Ejército B, el del OB West y el del OKW". (p. 216)
- la supremacía aérea aliada no se vio molestada por una desaparecida Luttwaffe. ¿Dónde estaba? Los soldados alemanes se quejaban amargamente de la ausencia de sus aviones.
- Esta es la opinión de uno de los generales alemanes sobre Hitler: "al igual que en el frente oriental, Hitler no quería ver la realidad y que cuando sus sueños no conseguían materializarse buscaba un chivo expiatorio".
- A pesar de la desorganización, de la escasez de tropas y combustible, las tropas alemanas se defendieron con uñas y dientes y ralentizaron el avance aliado. Eran de hecho mejores que las norteamericanas (en Normandía, la infantería norteamericana sufrió un 85% de bajas).
- sobre la "fatiga de combate", que Patton definía como cobardía: "Casi la mitad de las bajas por agotamiento de combate fueron reemplazos que se vinieron abajo al cabo de menos de 48 horas de estar en el frente".
- eso sí, los americanos habían aprendido muy bien la lección de cómo combinar infantería, blindados y apoyo aéreo: "cada vez que llegaban a un puesto de bloqueo en la carretera, el oficial de enlace de aviación que iba en el tanque o en el semioruga simplemente pedía ayuda a una escuadrilla de aviones y la posición defensiva era destruida".

En fin, tantas cosas se podrían comentar. Este libro me ha dejado un muy buen sabor de boca. Muy recomendable.