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lunes, 12 de diciembre de 2011

Las memorias de Maigret, de Georges Simenon

A poco que uno indague sobre el escritor belga Georges Simenon (1903-1989) descubrirá una prolífica obra centrada sobre todo en la novela policíaca y en su personaje estrella: el inspector Maigret. Cuando Maigret ya llevaba varios casos resueltos, desde que comenzaran sus aventuras en 1931, en 1950 apareció una novela que es como una pausa en la relación literaria Maigret-Simenon que se prolongará hasta 1972: Las memorias de Maigret. Ésta es una novela atípica porque el inspector Maigret, lejos de protagonizar uno de sus casos, se dedica a recoger en unas memorias sus recuerdos y experiencias durante sus largos años trabajando en la Policía Judicial de París. Y lo hace para aclarar y desmitificar cierta imagen de su personalidad y su forma de trabajar que la pluma de Georges Simenon ha creado en las diferentes entregas que éste ha ido escribiendo hasta el momento.

Así que Maigret, el personaje, se sienta a escribir sobre su vida (recuerdos de la infancia, cómo conoció a su mujer, los diferentes trabajos y ambientes que ha conocido trabajando en la Policía Judicial, etc.), porque un joven Simenon (el autor y a la vez personaje en esta novela) se presentó en la oficina diciendo que iba a escribir novelas protagonizadas por él y eso ha hecho famoso al escritor y muy conocido al inspector. Por tanto, ha llegado el momento de contar todo aquello que Simenon no cuenta en sus novelas; todo aquello relacionado con el oficio de policía, que es casi como lo cuenta el autor, aunque el comisario también tiene ciertas cosas que aportar. 
Y así se construye un relato donde Maigret contará cómo conoció a un joven periodista llamado Georges Sim (luego Simenon) que deseaba "conocer a fondo el ambiente en que se desarrollan las operaciones". Maigret lo recibe de manera fría y esa frialdad se mantendrá durante mucho tiempo, porque para Maigret, el "Maigret" construido por Simenon no es él, y eso le molesta porque "al final, la gente me preguntaba de buena fe si yo había copiado sus manías, o si mi apellido era de verdad el de mi padre o si lo había copiado del novelista". Y esa imagen distinta construida por Simenon no ha sido rectificada constantemente por Maigret hasta que por fin ha decidido contar cómo es él en verdad, "que un día contaría con tranquilidad, sin malos humores ni rencor, mi versión, y que pondría los puntos sobre las íes de una vez por todas".
Pero cuando Simenon intenta explicar que lo que escribe en sus novelas es una verdad simplificada de los hechos, Maigret tiene que aceptar que en las novelas, para que el lector no se desanime ni se confunda, hay que simplificar algunas cosas a fin de que los casos sean más plausibles y exactos que la propia realidad, más compleja. 
Cuando Maigret descubre que también su personaje ha sido llevado a la televisión, reflexiona diciendo que es una extraña sensación "la de ver, en la pantalla, ir y venir, hablar y sonarse la nariz a un señor que pretende ser como tú, que tiene algunas de tus manías, pronuncia frases que has pronunciado, que se halla en unas circunstancias que has vivido, en unos escenarios a veces minuciosamente construidos".
La mirada de Maigret sobre su "verdadero" trabajo nos llevará a conocer, que más allá de los sorprendentes casos novelescos, hay un día a día en las calles de París en el que Maigret tiene que enfrentarse a los problemas de la inmigración, apuntando que "muchos no desean otra cosa que integrarse en nuestra sociedad y, si surgen dificultades, no son ellos quienes las provocan".  
Maigret es un inspector cuya experiencia acumulada durante tantos años le permite resolver muchos de los casos basándose en la comprensión del género humano, "vemos... toda suerte de hombres y mujeres, en todas las situaciones imaginables y de toda clase y condición. Los vemos, los catalogamos e intentamos entenderlos". Y más adelante dice: "La clave está en conocer. Conocer el ambiente en que se ha cometido el crimen, conocer el tipo de vida, las costumbres, los hábitos, las reacciones de las personas implicadas, sean víctimas, culpables o meros testigos. Entrar en su mundo sin aspavientos, con sencillez, y hablar como hablan ellos y con naturalidad". 
Su forma de trabajar me recuerda enormemente al gran comisario Montalbano de Camilleri.
El trabajo para el inspector es la mayoría de las veces tedioso y rutinario, y a veces los casos, recuerda Maigret, se resuelven de manera fortuita, siendo los asesinatos por envenenamiento los que más abundan. "Los restantes, los que interesan a los novelistas y a los llamados psicólogos, son tan poco frecuentes que sólo ocupan una parte insignificante de nuestra actividad".
Ésta es la versión de Maigret sobre los hechos, así es como trabajó y trabaja, a veces como lo cuenta Simenon y a veces no, pero el personaje se queda más tranquilo contando a los lectores que él también tenía cosas que decir al autor. Es algo así como un "ajuste de cuentas".
"En un estante de mi librería están alineados los volúmenes de Simeon, atestados de anotaciones hechas con lápiz azul; me complacía pensar que algún día rectificaría todos los errores en los que Simenon ha incurrido, bien por ignorancia, bien por añadir pinceladas pintorescas, o muchas veces porque no se atrevió a telefonearme para preguntarme algún detalle". 
Hubiera estado bien que el autor pudiera telefonear al personaje y pedirle opinión sobre algo que va a escribir. 

domingo, 13 de diciembre de 2009

El caso Saint-Fiacre, de Georges Simenon

Georges Simenon, el escritor belga nacido en 1903 y fallecido en 1989 en Lausana, era un escritor prolífico (¿quién puede escribir 192 novelas con su firma y algunas más bajo seudónimo?) aunque renunciara a la escritura en 1972, un viajero incansable y un enamorado de las mujeres. En ese mar inabarcable que es la literatura, hasta un autor tan omnipresente puede pasar desapercibido en mi biblioteca, entono el mea culpa. Pero nunca es tarde si la dicha es buena, y por fin he conocido a este interesante novelista, y a su personaje más emblemático, el comisario Maigret de la Policía Judicial francesa. Maigret nace para la literatuta en los años 30 y protagonizará muchas novelas (y también muchas películas). Me abruma decir la cifra: 75 novelas y 28 relatos cortos. Un personaje tan prolífico como su creador.

Simenon construye en El caso Saint-Fiacre (escrita en 1932), la decimocuarta aventura de Maigret, una trama simple, ¿hace falta hacer complejas las tramas para enganchar al lector? Yo la he leído de un tirón. Los personajes son pocos, y entre ellos se encuentra el asesino, porque sí, hay un asesinato y un cadáver, la condesa de Saint-Fiacre, que muere arrodillada en la primera misa del Día de Difuntos. No hay sangre, no hay escenas truculentas. Solo un comisario que vuelve al pueblo de la infancia intrigado porque en los periódicos un anuncio enigmático decía que el día de Difuntos se produciría un crimen en Saint-Fiacre. El pueblo trae muchos recuerdos a Maigret, un comisario cuarentón con pipa en mano, que pronto se convierte en un personaje entrañable al que nos gustaría acompañar en sus pesquisas. Un Hercules Poirot, una Miss Marple, y por qué no, un comisario Montalbano (aunque éste tiene mucho más genio), son otros personajes que me han venido al recuerdo leyendo esta novela. Una novela corta, 137 páginas, de lectura tan fácil como la trama, pero a veces la sencillez no está reñida con la sorpresa. La forma de desenmascarar al asesino es insólita porque Maigret parece un espectador más, aunque la puesta en escena homenajea el modus operandi de Poirot en las novelas de Agatha Christie.

Maigret observa, disecciona y tuerce el gesto al ver la decadencia moral de la sociedad, donde el dinero está por encima de cualquier otra cosa. Maigret resuelve el caso de una manera sencilla, casi sin quererlo, atando cabos mediante la observación de los comportamientos humanos.
Me gusta una frase que leo en la wikipedia sobre Maigret (que como personaje ficticio tiene también su autobiografía), así que la reproduzco tal cual: "A través del comisario Maigret, Simenon nos cuenta historias policiales pero sobre todo nos cuenta historias de personas, pueblos y ciudades, pequeñas historias que trascienden lo local al tratar temas universales".