La entrega número trece de las aventuras de Aubrey y Maturin se titula "Trece salvas de honor" (1989), y es una novela con muchos de los ingredientes de anteriores libros pero con algunas diferencias. Me explico. Los lugares comunes siguen estando presentes: la minuciosa descripción de la vida en un barco de guerra de la Armada inglesa durante las guerras napoleónicas, que incluye una utilización exhaustiva de términos marinos, como no podía ser de otra forma, aunque reconozco que después de 13 entregas todavía me resulta difícil (o muy difícil) identificar los diferentes tipos de velas, los palos, las cuerdas, etc., etc., que las juanetes y las sobrejuanetes sé que son velas pequeñas que se encuentran en la parte alta del velamen del barco, pero poco más. De todas formas, la culpa es mía, porque cada libro incluye un glosario de términos marinos y alguna vez le he echado una ojeada. Como ya dije en una anterior reseña, es muy útil conocer las partes de un barco para entender mejor la vida marinera pero creo que no es imprescindible. Me encantan estas novelas de las guerras napoleónicas ambientadas en el mar pero no por ello se exige ser un experto marino para disfrutar de ellas.
Los otros ingredientes indispensables son esa fascinación de Maturin por conocer fauna y flora de los lugares que descubre, habitual entre los naturalistas de finales del XVIII y del XIX, y por otro lado los episodios de espionaje que jalonan esta entrega.
En este libro, Aubrey es rehabilitado como capitán de la Armada y recibe inmediatamente una misión: llevar en la Diane (abandona momentáneamente su querida Surprise), un barco francés que él mismo había capturado, una misión diplomática para negociar con el sultán de Pulo Prabang, en Malasia, un contrato comercial con la Compañía de Indias. También los franceses por su parte intentan lo mismo, y entre la misión francesa van dos espías de nacionalidad inglesa que trabajan para los franceses, y a los que Maturin odia especialmente. El viaje a Malasia ocupa buena parte de la novela aunque son los capítulos finales los más interesantes: los movimientos diplomáticos para convencer al sultán, las reuniones entre Maturin y el naturalista holandés Van Buren, con el que diseccionará algún que otro bazo (humano), la excursión de Maturin al templo de Kumai y el descubrimiento de animales que le fascinan, especialmente el orangután; la sutil manera de trabajar de Maturin, un nacionalista irlandés, el mejor cirujano de la Armada, un espía accidental, un defensor de la independencia de Cataluña respecto a Castilla, mi personaje favorito, sin duda alguna; la consecución del tratado comercial, que engrandece la arrogancia del diplómatico inglés, Fox, y que dificulta las relaciones con Maturin y Aubrey.
No hay batallas navales en esta novela, pero tampoco hacen falta porque lo importante es adentrarse en el mundo de los barcos de guerra, en la fascinación por descubrir nuevos animales y nuevas plantas, en definitiva, por la aventura de viajar y explorar nuevos territorios. Es verdad que las intenciones de los ingleses no son simplemente de un interés naturalista y científico, lo que les mueve en aquellas aguas es el comercio, es una suerte de imperialismo comercial que todavía no ha evolucionado a la siguiente fase, el imperialismo territorial de finales del siglo XIX, ahora lo único que interesa es establecer relaciones comerciales preferenciales, más adelante se buscará la conquista territorial.
Lo que me gusta de O'Brian es que ni todos los franceses son villanos ni los ingleses son unas hermanitas de la caridad, en la guerra no todo es blanco o negro, y es Maturin quien siempre sabe distinguir el color gris de las cosas.
El final es sorprendente porque es difícil ver a Aubrey en verdaderos apuros pero cuando la Diane se adentra en aguas de las que no se tienen cartas marinas, puede pasar lo que pasa...
Como siempre una delicia de novela, qué pena que vayan quedando ya menos entregas (unas siete).
En este libro, Aubrey es rehabilitado como capitán de la Armada y recibe inmediatamente una misión: llevar en la Diane (abandona momentáneamente su querida Surprise), un barco francés que él mismo había capturado, una misión diplomática para negociar con el sultán de Pulo Prabang, en Malasia, un contrato comercial con la Compañía de Indias. También los franceses por su parte intentan lo mismo, y entre la misión francesa van dos espías de nacionalidad inglesa que trabajan para los franceses, y a los que Maturin odia especialmente. El viaje a Malasia ocupa buena parte de la novela aunque son los capítulos finales los más interesantes: los movimientos diplomáticos para convencer al sultán, las reuniones entre Maturin y el naturalista holandés Van Buren, con el que diseccionará algún que otro bazo (humano), la excursión de Maturin al templo de Kumai y el descubrimiento de animales que le fascinan, especialmente el orangután; la sutil manera de trabajar de Maturin, un nacionalista irlandés, el mejor cirujano de la Armada, un espía accidental, un defensor de la independencia de Cataluña respecto a Castilla, mi personaje favorito, sin duda alguna; la consecución del tratado comercial, que engrandece la arrogancia del diplómatico inglés, Fox, y que dificulta las relaciones con Maturin y Aubrey.
No hay batallas navales en esta novela, pero tampoco hacen falta porque lo importante es adentrarse en el mundo de los barcos de guerra, en la fascinación por descubrir nuevos animales y nuevas plantas, en definitiva, por la aventura de viajar y explorar nuevos territorios. Es verdad que las intenciones de los ingleses no son simplemente de un interés naturalista y científico, lo que les mueve en aquellas aguas es el comercio, es una suerte de imperialismo comercial que todavía no ha evolucionado a la siguiente fase, el imperialismo territorial de finales del siglo XIX, ahora lo único que interesa es establecer relaciones comerciales preferenciales, más adelante se buscará la conquista territorial.
Lo que me gusta de O'Brian es que ni todos los franceses son villanos ni los ingleses son unas hermanitas de la caridad, en la guerra no todo es blanco o negro, y es Maturin quien siempre sabe distinguir el color gris de las cosas.
El final es sorprendente porque es difícil ver a Aubrey en verdaderos apuros pero cuando la Diane se adentra en aguas de las que no se tienen cartas marinas, puede pasar lo que pasa...
Como siempre una delicia de novela, qué pena que vayan quedando ya menos entregas (unas siete).
Sólo he leído el primer libro de la serie y la verdad es que no me quedaron muchas ganas de leer los que le seguían. Se me hizo lento y aburrido.
ResponderEliminarEs verdad que son novelas de ritmo lento pero para mí son de una alta calidad literaria viendo lo que circula en novela histórica. Son novelas de erudición marina pero se coge cariño a los personajes. Bueno, no tiene por qué gustar todo.
ResponderEliminar¡gracias por la reseña! los libros con temas navales no son lo mío pero debo decir que disfruté mucho leyendote a tí sobre qué va el libro ;)
ResponderEliminarGracias a ti por el elogio. No te creas que es fácil reseñar este tipo de novelas.
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