Es La soledad del manager (1977) una novela policiaca corta pero escrita de forma deliciosa, casi poética, por un Manuel Vázquez Montalbán que disecciona con maestría una época histórica especialmente interesante, la llamada Transición a la democracia en España. Y lo hace con los ojos del detective privado, antes agente de la CIA, Pepe Carvalho, un trasunto digno del Marlowe de Raymond Chandler. Acompañado de secundarios muy principales como su ayudante (y cocinero) Biscuter, de su "novia" Charo, una prostituta con mucho encanto, o su limpiabotas habitual, Bromuro (obsesionado con la idea de que en el agua y en el pan nos echan bromuro para dejarnos atontados), Carvalho describe con ojo crítico la convulsa situación política y social de una Barcelona que empieza a despertarse del letargo franquista y a adaptarse poco a poco, con temor y precaución, a los nuevos aires de democracia tímida y frágil.
Estamos en 1977 (un año en el que "un perro se había muerto de tristeza en el Japón porque su dueño no había vuelto a casa"), Carvalho recibe el encargo de una joven viuda de investigar la muerte de su marido, Antonio Jaumá, manager de una empresa multinacional con muchos intereses económicos y políticos ocultos, el investigador deberá conocer a fondo, a través de los viejos amigos del fallecido, el ambiente de una oligarquía económica que se prepara para seguir mandando en la nueva situación política, son los que ganaron dinero en la corrupta dictadura franquista, y quieren, con la democracia, continuar con su liderazgo social y enriquecimiento material. Aunque alguno de los amigos de Jaumá, como Núñez, tenga un ideario izquierdista, y no comulgue con las maniobras de la burguesía industrial catalana para perpetuar su preponderancia económica y social, lo cierto es que Carvalho observa desencantado cómo la oligarquía económica, antes franquista, ahora democrática porque toca, juega al juego del miedo a la extrema derecha (se mencionan los asesinatos a los abogados laboralistas) y a la extrema izquierda (las continuas manifestaciones de izquierdistas en las Ramblas, el GRAPO y la ETA) para perpetuarse en el poder con una nueva etiqueta, el "centro derecha". Lo cuenta Montalbán en 1977 y en ese contexto concreto, pero no me digan que esta acertada disección de la realidad no es aplicable en la situación económica actual: Biscuter pregunta qué quiere decir Carvalho con "desestabilizar" y éste aclara: "Creas la sensación de que el poder no controla la situación y de que el sistema político no sirve para garantizar el orden... Casi siempre en favor del propio poder, que así obtiene coartadas y cheques en blanco para hacer lo que le pasa por los cojones y como le pasa por los cojones".
Mucho me recuerda Carvalho al Philip Marlowe de Chandler, porque no deja de ser otro detective pesimista y cínico, crítico con la sociedad corrupta, con un punto de idealismo. Incluso Carvalho llega a plantearse a quién imitar, a Bogart interpretando al Marlowe de Chandler, a Alan Ladd en los personajes de Hammet (como el detective Sam Spade). Aunque Carvalho tiene unos rasgos que le hacen tener una personalidad muy propia (y que Camilleri homenajea constantemente con las novelas protagonizadas por el comisario Montalbano): es un amante fiel de la buena cocina (y abundante: "Cuando Gracián escribió que "...lo bueno, si breve dos veces bueno" no pensaba en la comida o bien se trataba de uno de esos mugrientos intelectuales de mierda capaces de alimentarse de sopas de letras..."), disfrutando de su pericia en los fogones, solo o acompañado de su vecino, o saboreando buenos platos en restaurantes escogidos. Sus menús no son precisamente minimalistas, y para muestra un botón: "Una tortilla de ajos tiernos para empezar, un plato de "múrgulas" con vientre de cerdo para continuar y finalmente un bacallà a la llauna previo a un plato de frambuesas". Eso es comer bien. Los momentos relacionados con la cocina le permiten un alto en el camino muy saludable, para relajarse, reflexionar o conversar.
Un hombre que siempre enciende la chimenea de su casa de Vallvidrera, tanto en invierno como en verano, utilizando libros de su selecta biblioteca, sobre todo aquellos que son "trascendentales" para la literatura ("Buscó La crítica de la razón dialéctica de Lefevbre, Así se templó el acero de Ostrovski y Ensayos sobre Heine de Sacristán"). El propio Carvalho lo justifica así: "Suelo encender la chimenea con libros trascendentales. Cuanto más pretensión de trascendentalidad, más culpabilidad. Seguro que han conseguido engañar a alguien". Montalbán te adereza el relato no solo con humor negro sino con un humor de sal gorda para deleite del lector, como cuando Carvalho le dice a Biscuter que se busque novia, se vaya de putas o se haga una paja para quitarse esa tristeza. Entonces, Biscuter, ni corto ni perezoso, responde: "Novia, qué dice usted, pues no me propone nada. Y las putas me dan risa. Cuando me dicen: Anda, calvito, tráeme la minina que te la voy a lavar, me entra una risa. Y pajas, qué me dice. Es que no paro. Con una mano, con la otra. Incluso aplico el sistema de la mano dormida. Me tumbo en la cama sobre una de mis manos hasta que se me corta la circulación de la sangre y me queda morcillona. Entonces no parece mi mano, sino otra cosa, y me hago la paja".
Un ex agente de la CIA que es un ferviente antifranquista desde el comunismo ya no tan militante, que pertenece no a la célula de detectives privados del partido comunista, sino "a la célula de gastrónomos". Un charnego integrado en Cataluña, aunque no de los charnegos que odia el contable Alemany, "los verdaderos charnegos son algunos catalanes. Como Samaranch, Porta y otros botiflers que han hecho el caldo gordo al franquismo".
Y como colofón, esta reflexión sobre la cultura a cargo de Carvalho-Montalbán: "Yo saco el mechero [cuando oigo la palabra cultura]. La cultura es guisar con salsas o sin salsas, vivir como un mortal o como un inmortal, prestar a la mujer propia o conseguir la de los demás, es decir, cultura francesa o inglesa, española o americana, esquimal o italiana. Lo que usted llama cultura es ortopedia verbal o letrista".
Como siempre, un deleite leer a Vázquez Montalbán.
El desencanto de Carvalho en este libro, la incorporación de Biscuter y, especialmente, la disección de la democracia, consiguen una obra muy interesante que no olvida lo bueno de Tatuaje: la descripción de personajes de la calle, la cocina y el humor con apariencia trivial.
ResponderEliminarExcelente.