martes, 26 de julio de 2011

El olor de la noche, de Andrea Camilleri

Fiel a mi cita con Andrea Camilleri, os comento brevemente El olor de la noche (2001), una novela negra corta, la sexta entrega de la serie protagonizada por el comisario siciliano Salvo Montalbano, pero de un ritmo trepidante, como ya nos tiene acostumbrados. Esta vez, nuestro comisario se embarca en un caso por "accidente", ya que debe investigar la desaparición de un financiero y su ayudante, que han cometido una estafa de tipo piramidal. Vaya, en 2001 Camilleri hablando de pufos financieros... No es que los asuntos económicos agraden especialmente al comisario, pero el caso acabará por absorberlo aunque solo sea porque la estafa salpica a medio Vigàta, el pueblo donde vive.
Por supuesto, no pueden faltar en esta historia los inconmensurables secundarios: Catarella, presente "en persona personalmente"; Mimí Augello, que está a punto de casarse pero que no lo ve nada claro; Livia, la novia ausente de Montalbano; Fazio, el disciplinado y eficiente ayudante del comisario; la mafia, que no está en esta novela aunque unos policías obsesionados quieran verla en todos los delitos.
Para Montalbano, que la gente pique e invierta en estas estafas financieras en busca de réditos fáciles, se debe a la televisión: "No hay telediario que no te bombardee con la Bolsa, el Nasdaq, el Dow Jones, el Mibtel, la Pollatel... La gente se impresiona, no entiende ni torta, sabe que se corren riesgos pero que se puede ganar...".
Lo cierto es que este caso le pilla a Montalbano algo confuso, que si cree que ya es demasiado viejo para este trabajo, que si Augello tiene una "especial" relación de amistad con Livia, para agravar los celos del comisario, que si el jersey que Livia le había regalado ha encogido en la lavadora y ella no debe enterarse...
Y por supuesto, entre acto y acto, su relación de amor con la buena comida italiana, ay, esos pirciati picantes... Me entraron ganas de comerlos. Y Sicilia, y cómo se hacen las cosas en el sur de Italia, ya sea para arreglar una carretera ("El Ayuntamiento dice que el bache lo tiene que arreglar la provincia; la provincia dice que la región; la región, que la Dirección de Carreteras, y a ustedes entretanto que les den por culo"), o para conseguir una información ("Y tengo que darle las gracias a un amigo mío de la policía del aeropuerto que tiene un amigo que es novio de una chica que trabaja en el mostrador de billetes de Punta Raisi." "El sistema italiano para agilizar la burocracia. Por suerte, siempre hay alguien que conoce a alguien que conoce a un tercero", ¿les suena?). Pero si Sicilia o Italia no fueran así, perderían su encanto.
Al final, el sorprendente caso se resolverá porque Montalbano tiene un don especial, entiende a las personas y sus debilidades.

miércoles, 20 de julio de 2011

Antonio y Cleopatra, de Colleen McCullough


La escritora australiana Colleen McCullough (1937) es una de mis debilidades en novela histórica. Lo ha sido siempre, desde que leí hace ya años el primer libro de una saga sobre la historia de Roma durante el período tardorrepublicano (s. I a.C.), titulado El primer hombre de Roma (1990). Aquella novela narraba con maestría el ascenso de Cayo Mario al poder, con una habilidad innata para hacerme comprender de manera clara el sistema político y legal de la antigua Roma. ¡Cómo me apasionó que este u otro tribuno de la plebe presentara una ley que perjudicaba al Senado! Yo que pensaba que la política era aburrida. Aquel libro extensísimo fue increíble. Luego le siguieron las siguientes entregas, igualmente magistrales: La corona de hierba (1991), sobre al ascenso de Sila, Favoritos de la fortuna (1993), centrada en Pompeyo Magno, y las que se centraron sobre la figura de César ("Las mujeres de César" -1996, "César" -1998, "El caballo de César" -2003), "el personaje" de toda la saga, el perfecto Julio César, tal como lo dibuja McCullough que casi te crees que su divinización estaba mas que justificada. Tal vez, esa absoluta perfección de César sea lo único chirriante en las novelas, pero el personaje te cae bien.
Con la muerte del dictador en el 44 a.C., parecía que se ponía punto y final a una saga magistral sobre la antigua Roma centrada en la caída de la República. Pero quedaba el último episodio, la lucha entre Octavio y Marco Antonio por el poder y el inicio del Principado.
Esto es precisamente lo que cuenta Antonio y Cleopatra (2008), el período comprendido entre el 41 a.C. y el 27 a.C., es decir la división del poder de Roma en un triunvirato formado Octavio, Marco Antonio y Lépido. Es un período ampliamente conocido para el público en general, ya sea a través de novelas o pelis, ya que el personaje de Cleopatra, reina de Egipto, adquiere un especial protagonismo debido a su romance y posterior matrimonio con Marco Antonio.
Me ha gustado la novela pero no la considero la mejor de la serie, aunque McCullough no me defrauda nunca. La novela se centra en los tres principales personajes de este momento histórico crucial para Roma: Octavio, obsesionado con hacer valer su condición de Divi Filius; Marco Antonio, crecido tras Filipos y mirando sobre todo hacia Oriente y sus riquezas; Cleopatra, centrada en conseguir que Cesarión, su "perfecto" hijo concebido con César, pueda convertirse algún día en un rey de reyes, incluida Roma. La posición de partida es favorable a Marco Antonio pero éste dilapida su poder e influencia en Oriente, con desastrosas y costosas campañas contra los partos. Por otro lado, Octavio, en Roma, se centra en hacer crecer su dignitas, y desarrollar una brutal campaña de propaganda contra Antonio que lo presenta como un borracho holgazán que pierde el tiempo y gasta el dinero de Roma entre las faldas de una "Reina de las Bestias" (Cleopatra), que lo mantiene permanentemente drogado. A esta visión, contribuyen incluso los generales que acompañan a Antonio, que no dudan en achacar la inactividad y poca sensatez de las acciones militares del triunviro a la diabólica influencia de la reina de Egipto. Imagen la de Antonio a la que ha contribuido mucho el cine. Antonio no era César, un genio militar, pero tampoco un palurdo borracho.
Está claro que Octavio ganó la batalla más importante, no la de Actium, que para McCullough fue una pantomima de batalla (aunque luego Augusto la magnificara para su mayor gloria), sino la de la imagen (véase el libro de Zanker, Augusto y el poder de las imágenes), fundamental para acabar siendo aclamado por el Senado como el salvador de la República, cuando en realidad certifica su muerte cuando se atribuye a pertetuidad la tribunicia potestas en el 27 a.C. En este ascenso imparable al poder absoluto tuvo un fiel aliado en la figura del competente general Marco Vipsanio Agripa, que luego acabaría casándose con la hija de Augusto, Julia. Pero ésa ya es otra historia y la cuenta magistralmente Robert Graves en su "Yo Claudio". Así que McCullough cierra el círculo y describe el último siglo de la república romana como una sucesión de grandes hombres (Mario, Sila, Pompeyo, César, Marco Antonio, Octavio) con una ambición desmedida y un único fin: convertirse en el Primer Hombre de Roma. Fue la ambición de los generales y la debilidad del Senado la que acabó con la República, aunque supongo que siendo un análisis tan simplista, no sea la única causa, pero sí la que McCullough destaca sobremanera.
Por cierto, esta última novela está un poco descuidada en la corrección del texto: ¿qué es el Ox Heads (p. 199)?, ¿es un edificio de Roma que no conozco?
Acabo con una reflexión de Octavio sobre César y la República: "Ahora es el momento para una estructura política diferente, una más adecuada para gobernar un gran imperio. ¿Puedo yo, César Divi Filius, permitir verme secuestrado por un puñado de hombres decididos a arrebatarme mi poder político? Divus Julius permitió que eso le ocurriese, tuvo que cruzar el Rubicón en un acto de rebeldía para salvarse... Voy a cambiar el mos maiorum y la manera de gobernar Roma para que se acomode a mí y a mis necesidades. No me veré declarado fuera de la ley. No libraré una guerra civil. Lo que deba hacer lo haré legalmente".
Efectivamente, Augusto instituyó el Principado desde la legalidad, el Senado le concedió los dos poderes que necesitaba para gobernar sin oposición: el imperium maius y la tribunicia potestas. Mantuvo la ficción republicana en todo momento, de hecho la propaganda decía que había "restaurado la República", pero había certificado su defunción. Con él nació el Imperio.

sábado, 2 de julio de 2011

El sueño eterno, de Raymond Chandler


Solitario, escéptico y cínico. Así es Philip Marlowe, el detective privado creado por el escritor norteamericano Raymond Chandler (1888-1959) en 1939 en su novela El sueño eterno, probablemente el detective más famoso después de Sherlock Holmes. Chandler representa junto con Dashiell Hamett, creador del detective Sam Spade, lo mejor de la novela negra norteamericana, marcada por un marcado cinismo hacia la sociedad opulenta pero corrupta.
En esta primera aparición de Marlowe (después le seguirían entre otras Adiós, muñeca -1940- o El largo adiós -1953), el detective recibe el encargo de investigar el chantaje que la perturbada hija menor de un viejo millonario de Los Ángeles está padeciendo por deudas de juego. Además Marlowe quiere descubrir qué fue del marido de la hija mayor, Vivian Sternwood, que al parecer se fugó con la mujer de un mafioso. Las pesquisas le llevan por una ciudad que respira un aire contaminado por la corrupción, la mafia y los negocios "turbios".
Marlowe es un hombre singular, parece que intente huir de las mujeres peligrosas que le pueden llevar a la fatalidad, como se ve en su manera de tratar, tan ruda, a las dos hijas Sternwood. No debe entenderse como una actitud misógina sino como una manera de protegerse de los sentimentalismos que un detective privado debe siempre dejar de lado para cumplir con su trabajo.
Marlowe habla así de su trabajo: "No soy Sherlock Holmes ni Philo Vance. No espero ir a terreno que ha sido ya cubierto por la policía, recoger una punta de pluma rota y hacer un caso de ello. Si usted cree que alguien vive en el negocio de detective haciendo eso, no sabe mucho acerca de los policías."
Y por si no hubieran quedado claras cuáles son sus prioridades, ahí va esto: "Soy un tipo muy listo. Carezco de sentimientos y escrúpulos. Todo lo que tengo es el prurito del dinero. Soy tan interesado que por veinticinco pavos por día y gastos, principalmente gasolina y whisky, pienso por mi cuenta lo que hay sobre ello; arriesgo todo mi futuro, el odio de los policías y de Eddie Mars y sus compinches, hurto el cuerpo a las balas y aguanto impertinencias, y digo: Muchísimas gracias." En cambio, a mí Marlowe me parece un empedernido idealista vapuleado por la dura realidad.
Después de leer la que es considerada una de las mejores novelas negras del siglo XX, vi la película basada en la novela y protagonizada por los geniales Humphrey Bogart y Lauren Bacall en 1946, con guión de William Faulkner. Una obra maestra del cine clásico. Marlowe es Bogart en la pantalla grande, aunque Chandler siempre imaginó al detective encarnado por Cary Grant.
Por cierto, siempre se ha comparado a Marco Didio Falco, el detective privado de la Roma de Vespasiano (s. I d.C.) creado por Lindsey Davis como un alter ego de Marlowe por su especial don para analizar la realidad social de forma tan cínica, y no va mal encaminada la comparación.