martes, 12 de febrero de 2013

Clarissa Oakes, polizón a bordo, de Patrick O'Brian

De todas las novelas de O'Brian dedicadas a los geniales Jack Aubrey, capitán de la fragata Surprise durante las guerras napoleónicas, y Stephen Maturin, espía y cirujano naval, ésta, la decimoquinta de la serie escrita en 1992, es hasta el momento, en mi opinión, la más extraña de todas. 
Y no lo digo por su final abrupto que siempre me deja un poco huérfano, ya me acostumbré hace tiempo a esos finales que no lo parecen. Tampoco se debe a que a lo largo de la novela no se produzca ninguna batalla naval digna de mención, y eso que estamos en el contexto de una guerra que enfrenta a la Armada real británica con la francesa. 
Por supuesto, no se trata del ritmo lento de la narración, a golpe de campanadas y rutina diaria en un barco de guerra, rutina que consume gran parte de la novela sin que te des cuenta, o consciente de ello. Es una novela de poca acción, solo un poco al final, y descrita con desgana podríamos decir, pero como siempre, O'Brian es capaz de hacer que eso no importe en absoluto, porque una vez que te subes en la Surprise de Aubrey y Maturin, vas de viaje a donde te lleven.
Y en esta ocasión, el viaje me lleva al Pacífico Sur, a las islas de la Polinesia, islas que encierran tantos animales y plantas que Maturin y su amigo el reverendo Martin, ávidos naturalistas, les gustaría ver y describir. Pero como diría Aubrey: "no hay un minuto que perder", y la misión de la Surprise es conseguir acabar con el conflicto que hay en una isla, de la cual tanto ingleses como franceses están interesados en atraer a su bando, fortaleciendo su presencia en el Pacífico. Vamos, una misión menor en un escenario menor de las guerras napoleónicas.
Pero el verdadero tema de la novela no es precisamente la misión, sino la sorprendente presencia de una mujer a bordo, Clarissa Oakes, escapada de un penal australiano, e introducida en el barco por un oficial, Oakes, con quien acabará contrayendo matrimonio a bordo. Y ahí viene la extrañeza de la novela, puesto que una mujer, inteligente y bella, va a poner patas arriba el sensible ecosistema de un barco de guerra. 
Y entonces surge la misoginia natural de los marinos. Por ejemplo, en las palabras del capitán Aubrey: "Todo el mundo sabe cuánto detesto que haya mujeres a bordo porque traen peor suerte que los gatos y los curas." Pero, más allá de la mala suerte, qué capitán querría tener una mujer bella en medio de doscientos marineros que llevan tiempo sin catar una prostituta de cualquier puerto que les pegue la sífilis o la gonorrea ("Esto será como Sodoma y Gomorra", vaticina Aubrey). Y sin embargo, la actitud de casta admiración de los marineros contrastará con las envidias y malas actitudes de los oficiales, que enturbiará el ambiente durante un tiempo. Pero para Maturin, la presencia accidental de Clarissa Oakes será vital para su labor como espía, ya que no olvidemos que continúa intentando averiguar la identidad de un alto cargo del Almirantazgo que pasa información a los franceses.
Por cierto, no se preocupen por la terminología náutica, llevo quince libros leídos y me cuesta mucho todavía saber en qué parte del barco suceden las cosas o qué velas se están colocando. Pienso como el doctor Maturin: "Contentémonos con la idea de que no todos nuestros compañeros de tripulación saben la diferencia entre el ablativo y el ablativo absoluto". Que la disfruten.

1 comentario:

  1. me lo leí hace varios años animada por Pérez Reverte y no puedo decir más que el único recuerdo que tengo es que lo único que deseaba era su final.

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