lunes, 4 de junio de 2012

El día de los bárbaros, de Alessandro Barbero

El día de los bárbaros es un ensayo histórico publicado en 2005 por el historiador italiano Alessandro Barbero (1959), especializado en historia medieval, y del que, entre los más recientes, encontramos algunos ensayos también de temática militar como son Waterloo (2003) y Lepanto, la batalla de los tres imperios (2010).
El subtítulo de esta obra centra su ámbito de estudio: La batalla de Adrianópolis, 9 de agosto de 378, pero sería un error considerar que todo el libro (editado por Ariel y con 240 páginas) constituye la narración de esta batalla que enfrentó a romanos y godos al norte de la ciudad de Adrianópolis, provincia de Tracia (y hoy actual Turquía). Este estudio es algo más que una batalla, es un análisis certero y esclarecedor de las circunstancias políticas, sociales y económicas del siglo IV d.C. que provocaron este enfrentamiento bélico tan determinante para el devenir del imperio romano de Occidente. Con un lenguaje sencillo al alcance del lector no habituado a los ensayos históricos, con una objetividad en el tratamiento de las fuentes latinas (principalmente Amiano Marcelino) y sobre todo con una gran capacidad de síntesis narrativa, Barbero construye un admirable fresco de la situación política del imperio romano de Oriente, las dificultades económicas de los godos instalados al otro lado del Danubio y sus motivaciones para trasladarse, en el 376 d.C., a la provincia romana de Tracia. Para Barbero, el tratamiento que da a este contingente de bárbaros no es la de invasores sino la de inmigrantes, tribus enteras (con familias y enseres) que desplazados por el empuje de los hunos, se ven obligados a pedir refugio (tierras y trabajo) en el imperio romano. Y es tentador establecer ese paralelismo varias veces a lo largo de la narración con el fenómeno de la inmigración que a lo largo de los últimos años ha experimentado Europa.
Centrándonos en el relato, Barbero nos explica qué tiene de especial esta batalla que va a narrar, y considera que es "una batalla que cambió la historia del mundo, pero no es tan famosa como Waterloo o Stalingrado", y en cambio puso en marcha la caída, cien años después, del imperio romano de Occidente. El imperio romano se había recuperado de una fuerte crisis económica padecida en el siglo III d.C., y en el siglo IV los dos problemas más graves estaban controlados, a saber: las continuas usurpaciones y las invasiones bárbaras. Barbero no considera que el imperio esté en decadencia, como siempre se ha afirmado, aunque sí muestre problemas importantes. 
Lo que la mayoría de los historiadores ha llamado "invasiones bárbaras", Barbero lo califica de movimientos de población o migraciones de pueblos, y reflexiona: "Tenemos que resistirnos a la tentación de considerar las fronteras del imperio como una barrera insuperable, y a los romanos como un pueblo asediado, con la obsesión de no dejar entrar a nadie". Los bárbaros no son considerados "bestias" por parte de los romanos sino mano de obra abundante y barata para el imperio, ya sea para trabajar en el campo o para alimentar el ejército (en unidades regulares o como mercenarios). "Los bárbaros que cruzan la frontera "son solo gente que escapa del hambre, de la miseria, de la violencia y de las tribus enemigas", en este caso, de los hunos. Por tanto, son refugiados que piden tierra y trabajo. Y esto cambia nuestra percepción de las invasiones, ya que siempre consideramos que Roma trata por todos los medios de impedir este fenómeno cuando debemos ver que Roma ya era en el siglo IV un imperio multiétnico que necesitaba pagadores de impuestos, reclutas y campesinos, y tenía capacidad para absorber una densa inmigración. 
Para los romanos, los godos "eran todos bárbaros, desgraciados analfabetos que se morían de hambre en su país subdesarrollado". Pero los godos vivían desde hacía siglos a orillas del imperio y comerciaban con los romanos o se alistaban en el siempre necesitado ejército romano. Además, los godos habían estado convirtiéndose paulatinamente al cristianismo arriano en el siglo IV.
También era arriano el emperador del imperio romano de Oriente, Valente, protagonista de esta historia porque falleció en la batalla de Adrianópolis. No solo era arriano sino un fanático religioso que atacó a la otra rama del cristianismo, la católica. Valente estaba preparando su habitual campaña contra los persas cuando tomó una decisión que cambiaría el curso de la historia de Europa: había cortado los subsidios de cereal (aunque se menciona la palabra "maíz" varias veces, y quiero pensar que es un error en la traducción), que regularmente los godos recibían del imperio, y muchos godos, acuciados por el hambre, empezaron a venderse como esclavos. La situación se agravó en el 376 d.C., cuando la migración de los hunos empujó a miles de godos a pedir asilo a los romanos cruzando el Danubio y a asentarse en la provincia romana de Tracia.
Puesto que el imperio necesitaba mano de obra, colonos para los latifundios, soldados para el ejército, Valente les dio permiso y les prometió comida, y más adelante, casas y trabajo. Incluso para realizar la operación "cruce del Danubio" los romanos fueron los que construyeron pontones para que miles de godos pudieran cruzar las crecidas aguas (y esto indigna al historiador Amiano Marcelino). Para Roma, este flujo migratorio podía ser positivo y en seguida se preparó un enorme campamento de refugiados al sur del Danubio para acoger a los godos. Sin embargo, algunos funcionarios romanos quisieron sacar tajada de la situación y comenzaron a hacer negocio con el abastecimiento de raciones, aprovechando el dramático estado en que se encontraban muchas familias. Cuenta Amiano Marcelino que algunos godos vendieron a sus hijos para conseguir dinero con que comprar las raciones (que en realidad debían ser gratuitas), o incluso compraron perros.
La situación se descontroló para las autoridades romanas de Tracia cuando la columna de refugiados se desplazó al sur y en la ciudad de Marcianópolis se les negó comida. Los godos, liderados por Fritigerno, reaccionaron violentamente matando a la escolta romana e iniciaron entre los años 376-378 un sistemático saqueo de la provincia de Tracia. Tras varios encuentros bélicos entre romanos y godos (batalla de los Sauces, Dibaltum), que desgastaron a los romanos, estos se dieron cuenta que la contraguerrilla sería la mejor manera de debilitar al contingente godo, demasiado numeroso y lento por el enorme botín conseguido en dos años de saqueo. 
Finalmente, cuando Valente se presenta con un ejército romano en Tracia (unos 15-20 mil hombres), cerca de Adrianópolis, se encuentra el contingente godo, y es entonces cuando comete otro gran error, en vez de esperar a su sobrino Graciano, que llega de Occidente con otro ejército, decide plantear batalla ante lo que considera un enemigo inferior en número al romano, unos 10 mil según las estimaciones más realistas (los romanos no sabían que la caballería goda, además de hunos y alanos, no estaba en ese momento en el campamento porque estaba forrajeando). 
Después del relato del desastre militar que llevó a la muerte del propio emperador en el campo de batalla, contado de manera magistral ("Se acercaba el final de la tarde, y los romanos estaban en formación desde el alba y no habían ingerido nada en todo el día"), y que Barbero justifica por la aparición por sorpresa de la caballería goda, que consiguió desperdigar a la romana y flanquear al ejército romano, el historiador hace balance de las consecuencias de la batalla.
Barbero habla de conmoción en todo el imperio (aunque también indisimulada alegría entre los cristianos católicos por la muerte de Valente), con los cristianos católicos echando la culpa a los arrianos, y los paganos a los cristianos; comienzo del fin del imperio romano de Occidente (curiosamente, cuando la batalla se dio en Oriente y el emperador muerto era de Oriente); batalla que anuncia la Edad Media por la fortaleza de la caballería (algo que Barbero no acepta). 
Finalmente, en el 379, un joven general hispano, Teodosio, fue proclamado emperador de Oriente, se bautizó como cristiano católico y en el 380 puso fin a las disputas religiosas con el Edicto de Tesalónica, que convertía el cristianismo católico (el del Concilio de Nicea) en oficial. Era el fin del arrianismo. Con los godos actuó de forma rápida, reclutó a muchos como mercenarios para su nuevo ejército y luego negoció la paz con ellos a cambio de tierras. Es decir, al final pasó lo que debió haber sucedido desde un principio: la integración en el imperio. Y la mejor integración es la que hacía el ejército romano.
Para Barbero, que Teodosio necesite reconstruir el ejército de Oriente con godos demuestra la debilidad del imperio, porque la dependencia de los godos se tornará excesiva en los próximos años, hasta el punto que un general romano de origen godo, Alarico, saqueará Roma en el 410 d.C. porque no se atendieron sus peticiones para sus soldados.
Para concluir, Barbero considera que "Adrianópolis marca una aceleración brusca de un proceso de apertura del imperio romano a la inmigración barbárica". Todo sucedió en Oriente, la batalla, las consecuencias inmediatas, y sin embargo, Occidente, que era más débil, será quien desaparezca en un mosaico de reinos bárbaros.
Creo que he conseguido transmitir que estamos ante muy buena literatura histórica, un ensayo imprescindible que recomiendo fervientemente.

3 comentarios:

  1. Lo que te gustan las batallitas. Aún así, parece entretenido y sobre todo, bien fundamentado, a ver si algún día me animo a leerlo. Un abrazo

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  2. Éste te gustaría mucho, no es la batallita en sí, es cómo describe el siglo IV y las circunstancias sociopolíticas de la batalla. Y además, escribe para deleitar, no para aburrir, te lo recomiendo.

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  3. Totalmente recomendado. Excelente análisis de la obra de Barbero. En estos momentos estoy leyendo "Lepanto. La Batalla de los Tres Imperios", otra obra excelente de este autor que ya nos deleito con la Biografía de Carlomagno y la batalla de Waterloo. Gracias por dedicarle tiempo a la Historia en tu Blog.

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