miércoles, 14 de diciembre de 2011

La goleta Nutmeg, de Patrick O'Brian

Decimocuarta entrega de la maravillosa serie de Aubrey y Maturin magistralmente escrita por el escritor británico (él siempre había dicho que era irlandés) Patrick O'Brian (1914-2000), y que desgraciadamente poco a poco va llegando a su fin (son veinte novelas), y es por ello que cada vez ralentizo más las lecturas de esta serie, intentando evitar lo inevitable. Y es que cada novela, de la primera hasta ésta última, es un portento de magnífica literatura, aquella que es capaz de transportarte y mantenerte con los cinco sentidos puestos en ella. 
Algunos recordarán al capitán Jack Aubrey y el médico y naturalista Stephen Maturin por la buena película de "Master and Commander: al otro lado del mundo" (2003), que adaptaba un par de entregas de la serie, y reconozco que desde entonces no puedo imaginar a Aubrey y Maturin sin las caras de Russell Crowe y Paul Bettany respectivamente.
En esta entrega, La goleta Nutmeg (1991) o The Nutmeg of Consolation, Aubrey y Maturin y la tripulación de la Diane, que ha encallado en un arrecife en las Indias orientales holandesas, se encuentran en una isla intentando construir un pequeño barco para poder llegar a Batavia cuando son asaltados por unos piratas malayos. Después de conseguir abandonar la isla, Aubrey se pone al mando de una goleta holandesa rebautizada con el nombre de Nutmeg, y con el objetivo, ambicioso, de capturar una fragata francesa de 32 cañones, la Cornelie, que navega por esas aguas.  Pero el plan de hacerse pasar por un barco mercante es descubierto por los franceses, que emprenden una emocionante persecución para capturar la goleta. Ésta, afortunadamente, encontrará en la ruta de escape, como preveía Aubrey, a su querida fragata Surprise. Después de hacerse con el mando de ésta, Aubrey se dirige a Nueva Gales del Sur (el asentamiento colonial británico en Australia) para reponer víveres y poder regresar a Inglaterra, colonia que dejará una pésima impresión en nuestros protagonistas, ya que se encuentran una colonia a la que los ingleses envían a los peores presos para trabajar como esclavos en las granjas, presos que reciben brutales palizas por no cumplir con sus obligaciones. De la población indígena de la colonia, los aborígenes australianos, los colonizadores ingleses piensan esto: "[Los irlandeses] No son muy diferentes de los aborígenes de aquí, señor, que son las personas más perezosas del mundo. Si usted les da ovejas, no esperan a que formen un rebaño, sino que se las comen enseguida. Entre ellos tiene que haber forzosamente pobreza, suciedad e ignorancia".
A los dos personajes principales siempre acompañan algunos secundarios fieles a todas las entregas como el timonel Bonden, el malhumorado despensero Killick, y últimamente el ayudante de Maturin en la enfermería, el reverendo Martin. En cambio, en esta entrega me gustaría centrarme en el personaje de Stephen Maturin ("Es un hombre feo, bajo, de complexión débil y de tez pálida", así lo describe un funcionario), tal vez mi personaje preferido en esta serie, porque Maturin es a principios del siglo XIX, y en el marco de las Guerras Napoleónicas, un personaje que aglutina muchas facetas: irlandés papista con orígenes catalanes, es médico y cirujano de la Surprise, pero también naturalista, agente secreto de la Armada Real, músico aficionado, y fiel amigo del capitán Jack Aubrey. Y de hecho, esta novela, está escrita la mayoría de las veces desde la perspectiva y la mirada de Maturin, una mirada científica pero también política. Su mirada científica nos lleva a compartir su pasión por descubrir nueva flora y fauna, explorar nuevas islas o enfrentarse a las enfermedades, que al fin y al cabo fue la pasión de los hombres ilustrados durante los siglos XVIII y XIX. 
Su mirada política se dirige al problema irlandés. Cuando Maturin tiene que valorar la reciente insurrección en Irlanda (1798), comenta: "Es extraño que cuando los habitantes de las colonias inglesas de América se separaron de Inglaterra..., les apoyaron muchos ingleses,..., y en cambio cuando los irlandeses intentaron hacer lo mismo, nadie, que yo sepa, habló en favor de ellos". El tema de Irlanda aparece varias veces en la novela porque O'Brian quiere resaltar el desconocimiento de los ingleses hacia la isla vecina. Ese desconocimiento es patente incluso en Aubrey al decir que una carta está en griego, a lo que Maturin contesta: "No es griego, sino irlandés". Aubrey, extrañado, responde: "Así que los irlandeses tienen una escritura propia. No tenía idea." Pero será sobre todo la opinión de un clérigo inglés la que indignará sobremanera a Maturin: "Los irlandeses no merecen el apelativo de hombres.... Ahora, para colmo, les permiten tener sacerdotes también." 
La vida en los barcos de guerra de la época no era fácil, y un marinero debía convivir con muchas personas en espacio reducido, soportando habitualmente malos olores ("cuando hace mal tiempo, los marineros con peristaltismo o deseos de realizar la micción buscan un rincón aislado dentro del barco en vez de ir al retrete al aire libre situado en la proa"); esa convivencia era extensible a los animales habituales en los barcos, aunque la Nutmeg, sorprendentemente, al estar vacía y limpia, "no tenía cucarachas, ni pulgas, ni piojos, ni mucho menos ratones". Por cierto, las ratas tendrán un protagonismo especial en esta entrega cuando ingieran, en su avidez, las hojas de coca que el doctor Maturin guarda para sí mismo, ya que estas hojas de coca le permiten mantenerse más despierto y activo, reduciendo el sueño y el hambre.
Tampoco en la Armada se exigía que el cirujano del barco fuera un experimentado médico, antes mas bien un experimentado carnicero o barbero. Incluso el reverendo Martin es en esta entrega por un período breve el cirujano de la Surprise y su experiencia con la cuchilla, es a juicio de los tripulantes, buena "después de haber disecado tantos cocodrilos, babuinos y animales parecidos". Eso sí, Martin y Maturin hablan en latín delante de los pacientes para que estos no entiendan nada y por tanto los marineros consideran que el hecho de que hablen en latín es tranquilizante porque "era la lengua de los sabios, no de curanderos de animales que entraban en la Armada por cobrar una gratificación y se las daban de médicos en el castillo". Siendo un experto cirujano, Maturin reconoce que "en medicina se puede hacer muy poco aparte de hacer sudar, hacer sangrías y administrar una purga, como la píldora azul o un ungüento aún más fuerte. Pero la cirugía es otra cosa."
Maturin, por muchas millas que haya recorrido en los barcos de guerra británicos junto a Aubrey, nunca será un marino, bueno, es capaz de distinguir algunas velas y saber lo que es sotavento y barlovento, pero para Aubrey y los demás expertos marinos de profesión, poco sabe de los barcos. Así que cuando la Nutmeg se camufla como un vulgar barco mercante, Maturin, para indignación de Aubrey, no es capaz de distinguir los sutiles cambios en el velamen, la jarcia o la cubierta que hacen que un barco de guerra ya no lo parezca tanto. Y eso es lo que hace especial al doctor Maturin, su excepcional inteligencia para el espionaje, su dominio de la medicina y sus vastos conocimientos naturalistas se complementan con su torpeza en los barcos, su desinterés por los temas marinos y su difícil adaptación a la disciplinada y ordenada vida rutinaria en un barco de guerra.  
En fin, como siempre un placer leer a O'Brian.

2 comentarios:

  1. Yo me quedé en el primero y como me aburrió soberanamente no he seguido con la serie.

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  2. Bueno, no son novelas fáciles de leer en el sentido de que su ritmo lento y su temática tan definida (la vida en los barcos de guerrra) hace que no haya término medio, o te gusta mucho o te aburre. Por suerte, a mí me enganchó.

    Saludos

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