martes, 7 de abril de 2015

Dioses, tumbas y sabios, de C.W. Ceram

C.W. Ceram es el pseudónimo del crítico y periodista alemán Kurt Wilhelm Marek (Berlín, 1920- Hamburgo, 1972), nombre con el que publicó su obra más famosa en 1949: "Dioses, tumbas y sabios". Estamos ante un ensayo que hace un recorrido histórico por los grandes descubrimientos de la arqueología en los siglos XIX y XX (exceptuando el descubrimiento de Pompeya en el siglo XVIII), y lo hace con un atractivo carácter didáctico que atrapa al lector avezado en la materia como al más neófito.
El subtítulo de la edición española, La gran aventura de la arqueología, nos proporciona el sentido de la obra de Ceram, a saber, transmitir la pasión aventurera de los grandes arqueólogos que con gran fe y entusiasmo se enfrascaron en verdaderas odiseas con el fin de lograr descubrir esa tumba o esa ciudad enterrada y olvidada.
Ceram no nos presenta un sesudo estudio de los descubrimientos arqueológicos, huye de la minuciosidad excesiva, al contrario, trata de construir, y ahí está el mérito, un relato conciso que no olvida aquellas anécdotas más atractivas para el lector. Nos presenta a cada arqueólogo o filólogo como un rara avis dentro de su época, un "loco" capaz de darlo todo por conseguir las respuestas a las grandes preguntas de la ciencia arqueológica, pero, ojo, un "loco" muy bien documentado y preparado, salvo raras excepciones, como descubrirá el lector.
El gran mérito de esta Edad de Oro de la arqueología fue sin duda convertir en algo real, en hecho histórico, aquello que se había convertido en mito, y así vemos como los descubrimientos de Pompeya y Herculano a mediados del siglo XVIII abrieron la puerta de las publicaciones científicas relacionadas con el mundo romano, gracias sobre todo al alemán Winckelmann. 
Uno de esos momentos del romanticismo arqueológico lo marca el descubrimiento por Schliemann de la ciudad, hasta entonces mítica, de Troya, destruida por los griegos a finales del siglo XIII a.C. Schliemann descubrió las ruinas siguiendo las precisas indicaciones geográficas de un libro fundamental como era la Ilíada de Homero, demostrando que efectivamente Troya había existido y que lo que se cuenta en el poema homérico se convertía en verdad histórica. El mismo afortunado arqueólogo descubrió la famosa "Puerta de los Leones" de Micenas y algunas tumbas griegas que atribuyó erróneamente a la época micénica. Al mismo tiempo, por acabar con el mundo helénico, Evans descubría la ciudad de Cnosos en Creta, capital de la civilización minoica.
Pero el descubrimiento de las civilizaciones más antiguas -Egipto y Mesopotamia- centró la atención también de muchos investigadores, desde que Napoleón llevara consigo en su expedición militar a Egipto a un buen grupo de dibujantes, filólogos y eruditos. El descubrimiento de la famosa Piedra Rosetta -y el posterior desciframiento de la escritura jeroglífica por el francés Champollion- cambiaría radicalmente los conocimientos sobre la civilización egipcia, estableciendo una cronología fiable y realizando, desde finales del siglo XIX, excavaciones sistemáticas en Gizeh y sobre todo en el Valle de los Reyes. Destacarán figuras como Belzoni, Lepsius, Mariette o Petrie, pero sobre todos ellos sobresale la figura del arqueólogo inglés Howard Carter por descubrir, intacta, la tumba del faraón Tutankamón, ya que las tumbas de los faraones aparecían saqueadas en su mayor parte. Este descubrimiento, en 1922, se convirtió en el más importante de la egiptología, y probablemente, en el más importante del siglo XX.
Por otro lado, también los esfuerzos por dar fiabilidad histórica a una civilización que aparecía mencionada -de forma peyorativa- en la Biblia, la asirio-babilónica, también dieron sus frutos con el descubrimiento de la ciudad asiria de Nínive por el francés Botta, y después de la espectacular Babilonia por el alemán Koldewey.
Hoy en día, conocer en profundidad la cultura egipcia, griega, asiria o sumeria, implica visitar -salvo el honroso ejemplo del Museo Egipcio de El Cairo- los grandes museos europeos: el Británico, el Louvre o el de Berlín. Esos "tesoros" rescatados y llevados a Europa, con o sin consentimiento de los gobiernos indígenas (mas bien lo segundo), han permitido construir un relato científico sobre la historia de las civilizaciones antiguas, dejando atrás su barniz mítico.
Sin embargo, cabría preguntarse cuándo acabó esta época dorada de los grandes descubrimientos (en la que Ceram incluye por supuesto las pirámides y templos de las civilizaciones precolombinas), puesto que entendemos que esa arqueología -la de "Indiana Jones"-, la de rescatar tesoros, ya ha quedado atrás desde hace varias décadas. No es que haya desaparecido, puesto que todavía sigue generando esos titulares pomposos en los periódicos cuando de vez en cuando se anuncia la aparición de una nueva tumba real en Egipto, o cuando un arqueólogo afirma que por fin ha descubierto la tumba de Alejandro Magno. 
La arqueología recorre hoy caminos distintos, más centrados en el proceso evolutivo de las sociedades y no tanto en el artefacto per se. Y por supuesto, su metodología se ha hecho más rigurosa y científica si la comparamos con los métodos de los primeros arqueólogos, pero siempre habremos de tener en cuenta que al mismo tiempo que aparecían los grandes tesoros, el método arqueológico también experimentaba sus primeros pasos, dubitativos, hacia lo que es hoy.
Estamos ante un libro para disfrutar si te gusta la historia de la arqueología de la época dorada, aquella en la que el golpe de un pico llevaba a un mundo de descubrimientos asombrosos. Tengo que decir que el capítulo de Egipto me ha gustado, sobre todo lo referente a Carter, pero he devorado la parte dedicada a Mesopotamia (Nínive, Babilonia, la escritura cuneiforme, Layard, Gilgamesh, el mito real del Diluvio, etc.).